A 120 años del nacimiento de Lola Álvarez Bravo

Un día como hoy, pero de 1903 nació la fotógrafa mexicana Lola Álvarez Bravo. Perteneciente a los artistas del renacimiento artístico posrevolucionario mexicano, se convirtió en una figura clave dentro de este movimiento. Para recordar su trabajo un fragmento del texto escrito por Raquel Tibol sobre la jalisciense en el número 58 de la revista CUARTOSCURO publicado en febrero-marzo del 2003.

Jóvenes intelectuales sensibilizados por el feminismo se lanzaron, a principios de los años ochenta del siglo XX, al rescate de algunas figuras femeninas. Una de estas figuras fue la excelente fotógrafa Lola Álvarez Bravo (1903-1993). Gracias a su vivacidad, a su vitalidad, Lola estaba entonces viviendo su cuarta o quinta juventud. El entusiasmo era tal que algunos de esos intelectuales creían ser los primeros en ponderar el trabajo de esta artista, de esta activista cultural cuya presencia en el escena- rio mexicano no tuvo solución de continuidad a lo largo de siete décadas. Se les olvidaba a sus jóvenes amigos que en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México se había presentado en 1965 una colección de cien retratos de prominentes mexicanos seleccionados minuciosamente por la propia Lola y su filosa autocrítica. Pese a esto, los jóvenes intelectuales le reclamaban al Instituto Nacional de Bellas Artes no haberse ocupado jamás de ella. En todo caso, debieron señalar que el INBA no se había ocupado lo suficiente o con la frecuencia aconsejable, para permitir que se conociera más profundamente su amplísimo trabajo.

Como testimonio del feliz encuentro de Lola con el grupo de jóvenes, se organizó el libro Lola Álvarez Bravo: recuento fotográfico (Editorial Penélope, 1982, Colección Arte-Fotografía), donde se recogieron textos nuevos y viejos, entre éstos el escrito por Luis Cardoza y Aragón para presentar los cien retratos mostrados en 1965. Para los textos nuevos se siguió la técnica empleada por Herbert Read en la monografía sobre su admirada amiga, la escultora Barbara Hepworth: hacer hablar a la protagonista. En estos casos, del interlocutor depende la riqueza y variedad del relato. Por los mejores destellos de esas confesiones de Lola, se podía sospechar que los oidores se dejaron tentar por los recuerdos referidos a una bohemia divertida entre cordiales amigos, y no insistieron lo suficiente en una sabiduría dada por el sostenido ejercicio de su vocación, aunque se dieron instantes excepcionales.

En la charla recogida por Manuel Fernández Perera, «La fotografía, un placer interno», Lola sostenía que ella había buscado sus motivos, sus temas y sus tomas, pero que no los había rebuscado. Comparaba el quehacer del pintor que al trazar su boceto puede suprimir, agregar, modificar, con el del fotógrafo y decía: «con la fotografía no puedes estar borrando, tienes que estar repitiendo», ver- dad que ha marcado una diferencia fundamental en el modo de producción. También señalaba algo que guarda similitud con cualquier otra práctica artística: «Los buenos resultados a veces me dan gusto y a veces mucho susto, porque digo: bueno, y después de esto qué voy a hacer».

Lola señalaba, por un lado, la terrible indiscreción de la cámara y, por el otro, la fijación o descubrimiento de lo no buscado. A la aventura al interior de una circunstancia que es tomada por el fotógrafo como materia prima que debe elaborarse en la toma, Lola Álvarez Bravo la designaba con un término por demás sugerente: retozo. Para el fotógrafo, la persecución del momento decisivo para el clic es un retozo, Con deleite insistía: «Siempre hay algo de retozo, de ironía, de juego».

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