Tomás Montero Torres, mi abuelo y fotógrafo

Martha Patricia Montero


Profundos agradecimientos para lograr la selección y digitalización de imágenes a Silvia Sánchez Montero, Mariana Montero y Anasella Acosta; por enriquecer con su visión y afición el texto, a Elisa Lozano y Miguel Ángel Llamas; por el privilegio de estar en Cuartoscuro, a Pedro Valtierra; por el milagro del diálogo, a mis abuelos Lulú y Tomás…
¿Qué valor otorgarle a la fotografía cuando está de por medio un inconmensurable afecto…? En su recopilación de escritos –Fotografiar del natural–, Henri Cartier-Bresson señala que, “en fotografía, la creación consiste en un breve instante, un rayo, una réplica: en subir el aparato hasta el ojo y atrapar, en la pequeña caja económica lo que te ha sorprendido, cazarlo al vuelo sin trucos, sin dejar que se resista”. Igual que él, mi abuelo utilizaba una cámara Leica y fue de los primeros en dominarla en México, capturando un sinnúmero de instantes decisivos… Así lo atestigua una entrevista que Antonio Rodríguez, crítico e impulsor de la fotografía, le hizo para la revista Mañana en su número 160, del 21 de septiembre de 1946 (1).
Para mi –que he convivido por cuatro décadas con su ausencia, idealizando la relación que pudimos haber tenido– esos instantes que capturó como fotorreportero tienen un valor que se agrega a sus aportes técnicos, estéticos, documentales y/o históricos: me permiten asomarme, con una certeza que me conmociona, a fragmentos de su vida. Gracias al oficio fotográfico que le apasionó, puedo por fin entablar una conversación pendiente…
Tomás Montero Torres (1913-1969), mi abuelo, se llenó de inspiración y amor por México desde que en su natal Morelia aprendió purépecha para enriquecer el diálogo con sus pobladores, en un afán por adentrarse más en sus tesoros y paisajes. No es gratuito que deseara ser pintor y llegara a la capital para ingresar a la prestigiosa Academia de San Carlos. Anhelaba capturar todo lo que veía, eternizar las vistas que le impresionaban. En efecto, pintó óleo y acuarelas, realizó miniaturas… pero su energía creativa encontró en la fotografía el medio perfecto para manifestarse.
Su legado de imágenes –un archivo que estimo pueda contener alrededor de 30 mil negativos de una amplia diversidad temática– ha permanecido dormido el mismo tiempo que él ha estado ausente: cuarenta años. Apenas el pasado 2008 mi abuela me lo confió, y junto con mi prima Silvia y mi hermana Claudia ha iniciado una maravillosa aventura para ahondar en su trabajo, y delinear un perfil más claro de su persona.
En esta primicia de un proyecto de Rescate y Difusión que se antoja mayúsculo, pero por demás apasionante e intenso, la invitación es a lidiar, en buena lid, una faena que le llevó varias décadas de ojo avizor, temple, trato cercano e intimidades compartidas…
No hay un testimonio de cómo inició su afición por la fiesta brava. Una posibilidad es que lo haya llevado a ella su profunda amistad con Carlos Septién García –padrino de bautizo de mi papá, periodista agudo y cronista taurino–. Pasados tantos años el impulso se diluye, pero sin duda el amplio periodo que invirtió en otorgarle seguimiento a los grandes toreros de su tiempo –Silverio Pérez “El Faraón de Texcoco”, Manuel Rodríguez “Manolete”, Luis Manuel Dominguín, Manuel Capetillo, Carlos Arruza, Luis Procuna, Antonio Velázquez, Fermín Espinoza “Armillita”, Luis Castro “El Soldado”…– establece este tema como un apartado esencial dentro de su archivo y también habla de su cercana presencia con el arte de la tauromaquia.
De las varias decenas de sobres de papel sepia añoso con imágenes taurinas, una cantidad importante carece de fechas; las que existen marcan un periodo que va de 1946 a 1955. Al parecer –la investigación se encargara de confirmarlo– su destino eran las páginas de El Universal Gráfico. Mi abuela recuerda, con gran nitidez, como tenía los tiempos cortos para procesar las fotografías y seleccionar las mejores para ir a entregar las placas al diario, conservando siempre sus negativos.

Credencial Tomás Montero
Credencial Tomás Montero

Lo que su ojo captó con su Leica o con su Rolleiflex no se limitó al acontecer del ruedo: sus testimonios gráficos nos permiten ampliar la mirada hacia otras escenas estrechamente enlazadas al universo taurino: una paella para departir entre matadores, cenas de gala, el convivio con los hijos, las ganaderías… lo mismo que ritos puntuales para desterrar cualquier posibilidad de mal fario: los pasos correctos para ataviarse de luces, el íntimo rezo a la deidad personal, la suculenta exquisitez del capote de paseo…
Estuvo ahí no sólo para registrar momentos irrepetibles sino para ser él mismo parte de la ritualidad… Alguna vez propuso a Carlos Arruza para padrino de su hija María Luisa, mi abuela se negó rotundamente “para no traer el Jesús en la boca en cada corrida por el compadre…”. Eso no impidió cultivar amistades y ser partícipe de otras facetas de la tauromaquia. Entre él y el artista valenciano asentado en México, Alfredo Just, se fincó una relación de hondo afecto, y el escultor que engalanó con sus piezas la Monumental Plaza México le permitía asomarse a espacios privados, como aquel en que se convirtió en testigo del proceso para realizar la máscara mortuoria de un joven novillero, Joselillo, en octubre de 1947.
Es esta dupla de maestría fotográfica y calidez humana, la que le permitió hacer retratos magistrales, como el del estoquero por excelencia, Manolete, durante su histórica presentación en México con motivo de la inauguración del –hasta hoy– coso taurino más grande del mundo. Puedo enlistar otros de una estética poderosa, como el de un Carlos Arruza joven y alejado del ruedo, con una bella nopalera de fondo. La admiración que sentía por esos grandes diestros resultaba su mejor marco…
Hoy, seguramente, para muchos aficionados de corazón, tradición y arraigo a la fiesta brava sus imágenes provocaran una emoción de vivencias históricas y añoranza. El toreo que guardan celosamente sus imágenes se ha ido evaporando, por lo menos en las corridas que se efectúan en México. ¡Aquellos llenos a reventar! La elegancia manifiesta en trajes de corte impecable, sombreros, estolas, arreglo concienzudo… La lidia con toros de una bravura tan digna, que hacían de la faena un duelo de pares…
Aunque Carlos Septién afirmaba –en voz nuevamente de mi abuela– que “Juanita Aparicio tenía un estilo tan suave que era como cuando una madre mece la cuna”, se sabe que toreaba astados fieros, probablemente de la legendaria ganadería de La Laguna. Creció en una tradición familiar que la impulsó al ruedo y lo hizo con una inusitada gallardía para una época en que eran pocas las mujeres que incursionaban en terrenos “destinados a los hombres”. Don Paco Aparicio, su padre, trascendió estereotipos y temores para convertirse en un maestro de disciplina férrea. Ahí está ella, hermosa portadora del traje de charro, en instantes decisivos.
Entre muchos momentos capturados para ser inmortales, está también el registro de tres atentas miradas por la curación de un muslo que tuvo como destino recibir una cornada; o parte de la algarabía callejera que provocó el momento previo a una corrida de beneficio en Querétaro, en agosto de 1953, en la que compartían cartel Arruza, Silverio, Blando, Estrada, Capetillo y Calesero. Fiesta alrededor de la fiesta…
Torero Valiente / Despliega el capote sin miedo / sin miedo a la muerte. / La virgen te cuida / te cubre en su manto que es santo / mantón de Manila. / Muchacho te arrimas / lo mismo en un quite gallardo / que en las banderillas. / Torero / quien sabe / si el precio del triunfo lo pague / tu vida o tu sangre…
Mi abuelo fue un fotógrafo de mirada educada y experiencia amplia en las posibilidades técnicas de sus cámaras; además, un aficionado conocedor de una celebración que hoy día puede resultar polémica, pero que está impregnada de una ritualidad que embruja. Como el flaco de oro, Agustín Lara –pero desde su personal talento, el reportaje gráfico– rindió homenaje a la tauromaquia al reconocerla Vida, Pasión, Arte…
Su archivo es un cofre de tesoros que recién va develando sus secretos. La conversación ha iniciado y es cálida, generosa, sin resguardos. Yo la disfruto mientras se fortalece un lazo que nos unió hace años y permanece intacto.
yosoymartha@gmail.com
Trabajos citados
(1) Monroy Nasr, Rebeca,  Ases de la cámara. Textos sobre fotografía mexicana,  México, INAH, 2009, 635 pp., en prensa

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Un comentario

  1. Maravilloso e Interesante acervo fotográfico, me alegra mucho que lo conserven, investiguen y difundan el trabajo de Tomás Montero. Felicidades¡¡¡

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