Documentos fotográficos. Fotoperiodismo & violencia
Pedro Valtierra
¿Qué pensarían los investigadores si dentro de unos años revisaran la historia —ésta, la que estamos viviendo hoy— y descubrieran, en pleno auge de la tecnología fotográfica, la narración escrita de la violencia, de la “guerra” del Estado contra la delincuencia organizada, de lo cruento de la batalla, pero no la narración visual, no el documento fotográfico?
Hay quienes piensan que registrar los hechos actuales, que documentar gráficamente las decisiones gubernamentales y sus consecuencias es promover la violencia, fomentarla, hacer apología de la misma, y responsabilizan así a los fotoperiodistas de la “guerra”, pero en realidad esos argumentos se convierten en el disfraz perfecto de la censura y el ocultamiento de la responsabilidad en la implantación de políticas con un costo sangriento y aberrante.
Desde el descubrimiento de la fotografía ésta ha servido para documentar los hechos cotidianos. Si los fotógrafos de la Revolución Mexicana hubieran querido cerrar los ojos y no “escandalizar” quizá no conoceríamos ahora las atrocidades de uno y otro bando, no tendríamos en la mente grabada la imagen de los colgados en los árboles, de los muertos en las trincheras, de los cuerpos amontonados. Careceríamos, pues, de un punto de vista de lo que esta guerra fue, de muchos de sus adjetivos, de características que la hicieron ser lo que fue y que ahora, cien años después, nos hacen comprender sus motivos, lo que hizo despertar a miles de hombres y mujeres de una dictadura que los condenaba a injustos modos de vida, del dolor de su paso, del alivio de su fin.
Lo mismo ha sucedido con miles de guerras y hechos violentos en todo el planeta: ¿se nos ha olvidado la trágica imagen de la niña de Vietnam huyendo de su aldea recién bombardeaba con napalm por los estadunidenses? Y qué decir de los campos de concentración nazi, por ejemplo en Mauthausen, Austria, documentados por el fotógrafo español Francisco Boix.
Los fotógrafos de prensa tienen como objetivo el registro de la información, no sólo de la información agradable y tolerable, sino de todo tipo de acontecimientos. Podemos seguir tomando fotos de los partidos de fútbol, del discurso de algún secretario de Estado, de la ayuda a los indigentes por el frío, de la “estrella” del momento en su concierto… pero no podemos cerrar los ojos ante la violencia que, desafortunadamente, se volvió pan de cada día, aunque no nos guste.
En las guerras los periodistas, camarógrafos, fotógrafos y reporteros corremos riesgos que debemos asumir de manera personal. Así son las guerras, y no debemos exigir condiciones especiales. Debemos estar involucrados en nuestra tarea de informar sin involucrarnos con ninguna de las partes en pugna. Nuestra tarea es informar registrando los hechos, los muertos, los detenidos, los heridos de uno y otro lado; nuestro compromiso y obligación es y será registrar de manera neutral, sin tomar parte.
No podemos dejar de tomar imágenes de la violencia. Y debe quedar claro que, al hacerlo, no la fomentamos: estamos informando con imágenes. Hay quienes, incluso periodistas, consideran que no se debe tomar fotos y menos publicarlas porque se genera violencia y enfrentamientos. Bajo ningún punto de vista se le puede atribuir a la fotografía esa capacidad así nada más.
Antes de responsabilizar a la fotografía y a los medios: la sociedad, los lectores y el mismo gobierno debemos asumir nuestra responsabilidad ante lo que estamos viviendo. Nosotros ponemos las fotos pero no los muertos, cada quien debe responsabilizarse de lo que le corresponde. La tarea de los fotoperiodistas es ser testigos, no hacedores de la historia.
La fotografía no puede estar ausente, en su pleno auge conceptual y tecnológico. Un ejemplo claro de la falta imperdonable de la fotografía en nuestra historia reciente la constituye el movimiento estudiantil del 68. Sobre todo, la masacre de Tlatelolco. Esas fotos que se destruyeron, las imágenes que no se publicaron, hubieran sido un testimonio importante para esta generación, para quienes investigan hoy qué fue lo que pasó. No me gustaría pensar que los medios de comunicación decidieran eliminar las imágenes de la violencia que hoy asola al país y que, cuando se haga la comisión de la verdad para analizar qué pasó en este sexenio, digan que censuramos las fotos de violencia para cubrir al Estado o para fingir que no pasó lo que está pasando.
Ante la violencia que vive el país, hay decenas de periodistas, articulistas, comentaristas de radio y televisión que se han tirado al suelo para señalar indignados que no debe de registrarse y, mucho menos, publicarse las fotografías violentas, dado que éstas —consideran— son una forma de promover la violencia e incitarla. No, señores, los fotoperiodistas no somos de ninguna manera responsables de lo que vive México hoy. No, la censura no cabe.
En nuestro oficio no podemos dejar de tomar imágenes de la violencia y con ello no la estamos fomentando porque no tenemos la fuerza ni la capacidad de involucrar a una gran parte de la sociedad en una lucha de esa naturaleza.
En todo caso, sería importante llevar el debate o el análisis a otros terrenos, como el de la falsa moralidad de muchos comunicadores que han hecho su negocio al convertirse en censores de la fotografía, e insistir en la reflexión sobre el origen y desarrollo que ha tenido el periodismo mexicano y su papel en el retrato de nuestra realidad, cualquiera que ésta sea. Y, por supuesto, en la verdadera génesis de la violencia reciente en nuestro país, en el origen del crimen organizado, en el por qué de la decisión de miles de personas de involucrarse en éste y en las razones de su crecimiento e infiltración en las instituciones, quebrantando la razón de ser de un Estado de derecho.