AYOTZINAPA, UNA VOZ QUE NO SE CALLA

Por Martha Patricia Montero
¿Qué pasó en México el 26 de septiembre? Inició con una especie de reality mediá­tico del horror donde cronistas locales narraban al minuto la casi jubilosa presencia de estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en la cabecera de Iguala. Tras un ataque a tiros de la policía municipal que dejó varios muertos, la vorágine informativa asestaba un dato más: 43 estudiantes normalistas desaparecieron prácticamente ante la vista de todos. Nadie imaginaba entonces que cada bala desperdiciada en vidas sería un tiro certero en los corazones de tantos.
¿Qué pasó realmente ese 26 de septiembre? Otro crimen de Estado que trataba de contenerse a nivel regional, con una primera marcha que tuvo lugar únicamente en Chilpancingo. Pero ya para el 8 de octubre, casi de manera espontánea, multitud de voces se sumaba por todo el territorio mexicano para expresar un grito único e inequívoco: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Se vislumbraba ya entonces cómo, queriendo enterrar los hechos en impunidad y olvido, habían hecho florecer las voces de otro México. Ante la cruel descripción por parte de una “todopoderosa” autoridad de lo que —al parecer— aconteció a los 43 normalistas y ante la incredulidad de los padres de los desaparecidos, voces de todo el país respondieron, más alto aún si cabe, con un poderoso: ¡Fue el Estado!
Hombres y mujeres de todas las edades, de niños a adultos mayores, sin importar lengua, raza, terruño o credo, gritaban en esa frase un profundo ¡Ya basta!, un agudo ¡Devuélvannos la esperanza!
Se pasaba lista a los 43 estudiantes de la normal rural, los desposeídos de todo y ahora hasta de su vida, y en cada nombre pronunciado una savia vital recorría a los presentes; con la fortaleza de saberse renovados en cada uno de esos rostros que, ahora mudos, clamaban un poderoso: ¡No se rindan! Quizá, como se leía en una de las pintas que la estela humana iba dejando a su paso, “nos habían quitado ya tanto que terminaron quitándonos el miedo”.
¿Qué cimbró en realidad a los mexicanos aquel funesto 26 de septiembre? Recibieron 43 estruendosas cachetadas para despertar de la indiferencia; comenzó a importarles una escuela rural que carecía de lo más elemental, incluso del interés de todos y, a fuerza de sentirse, se hicieron presencia multitudinaria y grito vivo, para mantener en alto un reclamo.
Aquel aciago 26 de septiembre pasó que los mexicanos reconocieron que los habían pervertido y les habían arrebatado a México. Desde todos los rincones se volcaron entonces en carne viva a manifestar su dolor, su desamparo y una lista de exigencias irrefutables; todo con una inquebrantable capacidad creativa. Niños cuestionando: “¿Seré yo el próximo?”; maestros sentados en medio de pupitres vacíos y un cartel en alto exclamando: “Pudieron ser mis estudiantes”; jovencitas perdiendo la inocencia al portar vestidos hechos con los rostros en papel de los desaparecidos…
Hay un tiempo valioso dedicado a protestar con arte, con frases contundentes tan bien pensadas y escritas con tal valor que sólo pueden motivar a la reflexión; carteles que trascienden su cualidad artística para no olvidar ningún rostro, ningún nombre, para hacerlos vivos por siempre. El Grito de Edvard Munch recreado para encarnar el dolor de miles; la suave luz de cientos de veladoras acompañando los pasos para avivar la protesta social.
En una de las marchas al Zócalo de la Ciudad de México, un estudiante de la Normal de Ayotzinapa declaraba: “La indignación nos tiene que llegar hasta el fondo. No tenemos miedo, lo único que tememos es a la gente que se queda callada”. Con sus mantas, la cantidad apabullante de gente reunida a su alrededor le respondía: “¿Qué cosecha un país que siembra cadáveres?… Si tú fueras el 44 también te buscaríamos…”
Las luces de las velas se multiplican por doquier y mantienen el corazón de México encendido.
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