Rulfo y su mirada
-Oye, dicen que por Nonoalco necesitan gente para la descarga de los trenes
-¿Y pagan?
-Claro, a dos pesos la arroba.
-¿De serio? Ayer descargué como una tonelada de plátanos detrás de la Mercé y me dieron lo que me comí. Resultó conque los había robado y no me pagaron nada, hasta me cusiliaron los gendarmes.
-Los ferrocarriles son serios. Es otra cosa ahí verás si te arriesgas.
-¡Pero cómo no!
-Mañana te espero.
(Fragmento de «Paso del Norte», J. Rulfo)
Un largo y estruendoso silbido de la locomotora 507 dio por inaugurada la exposición: Nonoalco y sus alrededores, del escritor y fotógrafo Juan Rulfo. El Museo de los Ferrocarrileros es la sede que alberga 62 fotografías en blanco y negro que muestran la vida cotidiana alrededor de los antiguos patios de Nonoalco.
La mirada de Rulfo es equiparable con lo que trasmitía a través de sus cuentos. Rulfo comienza a escribir y hacer fotografía a finales de los años 30, sin embargo es hasta la década de los 50 cuando publica El llano en llamas y Pedro Páramo, y es en la revista Ferronales donde se publica el ensayo fotográfico sobre los ferrocarriles.
Salvador Zarco director del museo dijo que la «finalidad fue dejar testimonio de la antigua estación, de los trabajadores que durante muchos años mantuvieron vigente al ferrocarril como sistema de transporte eficiente, seguro y económico que potenciaba la vitalidad de muchas poblaciones del territorio nacional».
Las patios para mantenimiento de los ferrocarriles fueron construidos donde los mexicas soportaron el embate de los españoles por 80 días, y en su tiempo Porfirio Díaz mandó a modificar el espacio de la Iglesia de santiago Tlatelolco para el mismo fin.
En las fotos podemos ver la ciudad de los años 50, pueblo bicicletero que comenzaba a dejar el sesgo campirano para dar paso al citadino. Y el tren, signo de modernidad que en esos tiempos llevó el progreso a gran parte del país, además de jugar un papel importante en la Revolución Mexicana.
La central de tren estaba enclavada en el corazón de la ciudad en la Glorieta de Peralvillo ,donde apenas establecían las líneas de transporte urbano, las que corrían en Circunvalación y las que venían de San Lázaro.
Rulfo retrata a familias enclavadas en la pobreza, y cómo es que se las arreglaban para vivir, así como sus alrededores. Cuentan que cuando llegaban las máquinas de vapor las señoras iban con el fogonero para que les regalará el agua hirviendo y lavar la ropa sucia de su maridos ferrocarrileros o simplemente para darse un rico baño de agua caliente.
Zarco apuntó que entre 1956 y 1961, año en que se cerraron los talleres de Nonoalco y después de la represión a la lucha del gremio que encabezó Demetrio Vallejo, desapareció este complejo, subsistiendo únicamente la nueva estación de pasajeros que se encuentra en Buenavista y donde actualmente opera el tren suburbano.
El Museo de los Ferrocarrileros (Alberto Herrera s/n, colonia Aragón La Villa, junto a la estación del metro La Villa-Basílica) está abierto de martes a domingo de 10:00 a 17:00 horas, la entrada es libre.