37 años de la agencia Cuartoscuro y 30 de la revista: La casa de todos
Hace algunos años, casi como si estuviera estrenando las posibilidades de expresar su emoción vía FaceBook, una de mis hijas escribió en la pantalla su mensaje del día: “Hoy cumplo 23 años… ¡casi 30!”
Por supuesto, desde entonces esa pequeñísima exageración se volvió la broma matemático–familiar de cualquier aniversario, incluso antes de que las extrañas cuentas con las que el ex presidente Enrique Peña Nieto se volviera (más) famoso, con su confusión aritmética de: “Cinco… ¡No! ¡menos!: siete”.
Ese 30 se convirtió en un número remoto, casi inalcanzable. El símbolo de mucho y de lejano. Treinta era lo inconquistable, el tiempo extendido, el futuro remoto, la cantidad incontable de meses y días… no para la edad que un ser humano pueda llegar a cumplir, quizá, pero sí para aniversarios impensables… como el de hoy, para una revista.
Me parece que nunca nos detuvimos a soñar en que algún día diríamos con certeza y exactitud que sí, que ya cumplimos los t–r–e–i–n–t–a, así, con todas sus letras. Treinta. ¡Qué número tan mayor! La tercera década, la “boda” de perlas, el tercer piso…. Treintones, pues, a mucha honra y en el sentido más increíblemente positivo de esa palabra.
Basta volver al pasado con esa memoria selectiva que hace recordar momentos que llegan a ser claves personales. Retazos del pasado que arman la historia de un proyecto que, sí o sí, se convertiría en realidad. Me veo entonces como parte de ese equipo de tres, caminando junto con Pedro Valtierra y el diseñador Fernando Rodríguez entre un mar de papeles dispersos a lo largo de toda la superficie de un departamento.
Porque así fue durante mucho tiempo: las imágenes estaban impresas –¡quién iba a imaginar entonces lo inasible, en pixeles y fotos digitales que no pueden tocarse!–, todas semi acomodadas en el piso para darnos una idea de cómo seleccionar de entre tanto material para la creación de cada uno de los portafolios autorales que comprenderían el primer número de esa revista imaginada desde hacía tanto.
El motor se encendió con esas ansias de romper con lo efímero, con la impermanencia de la imagen expresada tristemente por tantos, la que hiciera un eco que se convirtió en imperativo: era necesario crear un espacio digno para la fotografía. Merecía ser la protagonista.
Entusiasmo mata incertidumbre. Así que aún sin saber cómo podría financiarse, elegimos las imágenes que comprenderían los tres portafolios inaugurales, las secciones que debían incluirse –aunque éstas hayan ido cambiando con el tiempo– y lo más importante: esa portada inolvidable de la soldadera que no es siquiera una “adelita” aunque su actitud nos haga equivocarnos, sino una mujer de gesto adusto asomando a un portón, esa foto inolvidable del inolvidable José Hernández Claire.
El número 1 del bimestre junio-julio de 1993, con sus 24 páginas en blanco y negro y su precio de venta decidido en los 8 pesos, estaba lista para entrar a máquinas:
¡Qué genial ver la imagen reproduciéndose por miles en la imprenta, el olor a tinta, la dobladora y el engrapado! Esas emociones se guardan en un archivero personal, junto con el recuerdo del comentario de ese amigo que pretendió darle de trancazos a cualquier expectativa:
–¿Bimestral? Mmmm… cuando mucho les doy tres números, no creo que puedan con más– dijo, muy seguro. Hoy, a pesar de su apatía, se le sigue queriendo.
Como sí se pudo, había que seguir. Imposible no recordar con el mismo cariño la generosidad de los fotógrafos ya famosos que se mostraron felices de ser incluidos en la aventura, que la alegría de aquellos que apenas empezaban en el camino de la foto pero que, para nosotros, fueron un descubrimiento que debíamos mostrar al mundo y quienes, en numerosos casos, encontraron en estas páginas el impulso para caminar por nuevas veredas.
Alto. La revista no podía ser únicamente documental, a pesar de que su hermana mayor, la agencia del mismo nombre, se dedicara a la prensa. En la revista debía caber todo tipo de fotografía. Para eso había sido creada: así que por sus páginas comenzaron a desfilar imágenes de moda, publicidad, deportes, naturaleza, conceptuales, desnudo…
Surgieron también los monográficos por estado, los de grupos o colectivos organizados y, sobre todo, las imágenes seleccionadas en los más de 50 concursos convocados por Cuartoscuro como una invitación a profesionales y aficionados para reflexionar sobre temas que nos tocan: la fiestas y la música, sí, pero también la migración y la identidad. La respuesta nunca fue tibia: hoy es apabullante.
A lo largo de las décadas creamos nuevas secciones: la imagen En movimiento a través del cine, el análisis que brinda En perspectiva, una selección del trabajo de los compañeros de la agencia con Las mejores, la extinta Tienda de luz que daba cuenta de las novedades de la industria, o ese Cuadroscuro que fue referencia para enterarse de exposiciones por venir, presentaciones de libros o noticias sobre convocatorias y premios otorgados. Hoy, las secciones van y vienen, pero fueron una constante durante años.
Nada es más emocionante que viajar para conocer a fotógrafos de todas partes de la República e incitarlos a participar (porque sí, siempre pensamos que la revista debía “salir” del centralismo de la capital); descubrir archivos antiguos rescatados por causas fortuitas; acudir a exposiciones para encontrar valores que nos sean desconocidos; escarbar en colecciones olvidadas; escuchar a quienes ofrecen nuevas ideas, o recibir propuestas con imágenes que nos hacen saborear de antemano la posible belleza de una foto que ya imaginamos, gracias a la destreza del gran editor gráfico que es Fernando, impresa a página rebasada o a doble página.
Y, junto con la calidad de la imagen, ha estado siempre la insistencia de contar con textos que se conviertan en obras por sí mismas, palabras que no necesiten explicar la imagen sino acompañarla en los senderos conformados por edición de las páginas. Porque sí, creemos que las fotos hablan por sí solas.
Sería una locura intentar mencionar a todos los que han pasado por la organización y edición de las páginas de la revista –más las redes sociales y versiones digitales que se fueron sumando a lo largo de los años–, lo mismo que a todos los fotógrafos que han cedido generosamente el derecho de reproducir su trabajo para el disfrute de todos los que aman la imagen, lo que ha permitido convertir a Cuartoscuro en la casa de todos. A todos ellos y a los lectores de todas las generaciones, gracias.