25 años de la agencia Cuartoscuro
por Alberto del Castillo*
Las imágenes tienen una naturaleza polisémica que admite siempre múltiples lecturas. Por lo general se intenta mediatizarlas a partir de los pies de foto. Su control por parte del Estado o de intereses particulares es mucho más difícil que los textos escritos, y ello obedece a su naturaleza ambigua, que admite siempre numerosas interpretaciones.
Como nos ha recordado oportunamente la historiadora Ana María Serna, en 1968 la agencia noticiosa independiente AMEX se encargó de dar a conocer al mundo la masacre del 2 de octubre a través del relato extraído de una cinta magnetofónica que logró registrar el periodista Juan Ibarrola en plena balacera. El único medio que se interesó en tal producto fue el suplemento de Fernando Benítez, La cultura en México, de la revista Siempre, que lo publicó con fotos de María y Héctor García como parte de un número extraordinario que dio cuenta de la represión contra los estudiantes en uno de los momentos más vergonzosos de la historia de la prensa en México, en la que, por cierto, algunos fotoperiodistas fueron heridos y vejados y otros nos han platicado años después sus tragedias personales ocurridas aquella tarde en Tlatelolco, como Enrique Metinides de La Prensa, o Daniel Soto y Jesús Fonseca, de El Universal, entre algunos otros, de algunos más, después de 40 años seguimos esperando su testimonio.
El gobierno de Echeverría reaccionó rápido; para cubrir ese “cáncer” representado por una agencia independiente, y creó la agencia oficial NOTIMEX, que ahogó a su competidora, prohibiendo a los medios cualquier vínculo con ella y obligándola a desaparecer. Nada más peligroso para la historia oficial que el trabajo del periodismo independiente.
La diversidad fotoperiodística del 68 aún nos asombra, sobre todo si la comparamos con la homogeneidad con la que reportajes, editoriales y notas de los periódicos se plegaron a la teoría de la conjura anticomunista y a los parámetros de control del régimen de Partido de Estado que gobernaba al país en aquellos años.
Un par de décadas después, el contexto fue distinto, el partido en el poder empezó a perder terreno, en forma gradual pero irreversible, y las voces heterogéneas de la población civil comenzaron a manifestarse de manera cada vez más clara y estruendosa. Tal es el contexto en el que surge Cuartoscuro, que tiene sus antecedentes de largo alcance en la Agencia Casasola, en la Agencia Fotografías de Actualidad, del gordito Enrique Díaz y en la Agencia de los Hermanos Mayo, pero que al mismo tiempo obedece a una realidad política y cultural mucho más compleja, la del último cuarto del siglo pasado, ya sin inexpugnables tlatoanis de piedra como Díaz Ordaz y con un muro de Berlín en proceso de estallar en mil pedazos. Una nueva realidad local e internacional exigió otro tipo de respuestas de parte de periodistas y fotógrafos.
Hablar de los 25 años de la Agencia Cuartoscuro es hablar de una empresa independiente. Es hablar del periodista y fotógrafo Pedro Valtierra y su trayectoria, de su paso por el unomásuno de Becerra Acosta, y del proyecto fotográfico a su cargo en los años iniciales de La Jornada, cuestiones que implicaron un quiebre importante en la historia del fotoperiodismo en México, al repensar de manera radical el concepto y el posicionamiento de las imágenes dentro del discurso periodístico
Aquí es importante subrayar el trabajo de Pedro como corresponsal de guerra en Nicaragua, que resguarda cerca de 3,500 imágenes de archivo, con 92 fotos publicadas contra 58 de agencias internacionales en el lapso de abril a julio de 1979, de acuerdo a la rigurosa investigación de Mónica Morales, que nos permite cotejar el salto cuantitativo y cualitativo que ello implica con respecto a su antecedente más relevante, el gran trabajo de Rodrigo Moya para Sucesos en los sesenta con la cobertura de las guerrillas en Guatemala y Venezuela en el año de 1966, con apenas algunos cientos de negativos.
La presencia nodal del punto de vista mexicano con respecto a otros intereses en los conflictos latinoamericanos es uno de los cambios relevantes entre una y otra etapa, necesario para explicarnos las condiciones históricas requeridas para la creación de una agencia como la que hoy estamos presentando.
Pero, sobre todo, hablar de Cuartoscuro es referirnos a un extraordinario trabajo colectivo, que es que le ha construido su esencia y su mejor faceta. En ese sentido, es hablar de la identidad de decenas de jóvenes fotógrafos de distintas generaciones que con su creatividad han modificado la percepción y la representación de la realidad política, cultural y social de este México tan complejo de principios de milenio. Y me refiero no necesariamente a la historia política convencional del México de estos años, sino a su historia social y cultural, a esa que pone la mirada en otros ángulos de la vida cotidiana y nos obliga a repensar lo personal como un asunto político.
En este sentido, decía la escritora Susan Sontag que una paradoja interesante con respecto al universo fotográfico consiste en que mientras muchas fotografías concebidas con pretensiones artísticas por sus autores viven sus 15 minutos de celebridad y pasan al olvido en unos cuantos años, otras imágenes periodísticas, pensadas por sus autores como registros documentales de coyuntura, se quedan en el imaginario artístico y pasan a formar parte del imaginario histórico y estético de la sociedad que las produjo y las asimiló. Lo anterior resulta evidente para cualquiera que se acerque a distintos trabajos fotoperiodísticos resguardados en Cuartoscuro.
El espacio simbólico que ha cubierto la revista también es digno de mencionar. Entre muchos otros aspectos, yo quiero destacar uno que me atañe directamente. La revista se ha convertido en un espacio de diálogo fundamental entre los fotógrafos y los investigadores, personajes que no caminamos por veredas tan distintas como se piensa convencionalmente. Al menos en los últimos 20 años este diálogo no sólo es cada vez más frecuente, ya es imprescindible.
Por ahí he escuchado a algunos intelectuales que afirman categóricamente que los fotógrafos son personas de pocas palabras y que rehúyen el intercambio verbal, ya que su único medio de expresión son las cámaras. Así se ha construido todo un estereotipo que no se sostiene en la vida cotidiana. Sinceramente, no sé de qué fotógrafos están hablando. Con los que a mí me ha tocado conversar, hablan hasta por los codos, de Pedro Valtierra a Antonio Turok y Luis Jorge Gallegos, de Elsa Medina a Rodrigo Moya y Yolanda Andrade o de Francisco Mata a Eniac Martínez y Enrique Bordes Mangel, cada quien puede ampliar la lista de acuerdo a sus filias y fobias.
Lo más importante es que estos profesionales de la lente son cada vez más conscientes de la densidad de sus miradas y de la importancia de sus estilos como parte de una cierta visión del mundo. No existe un seminario académico serio sobre la historia de la fotografía que no contemple este diálogo, estas imágenes y estas voces como la materia prima fundamental de su reflexión hoy en México y en el mundo. Aquí cabe señalar que la revista Cuartoscuro forma parte de una cultura visual más amplia que se ha ido construyendo en las últimas décadas, con editores sensibles a la imagen, como en los casos de Patricia Mendoza, Alfonso Morales y José Antonio Rodríguez. En este sentido, las revistas Alquimia y Luna Córnea son dos compañeras de ruta inseparables que caminan por el mismo sendero.
Carlos Montemayor nos recordaba todavía el año pasado que entre los viejos griegos la palabra “idea” significaba imagen, y por ello, decía: “Cuartoscuro es ahora parte de nuestra memoria: en su historia gráfica están las ideas o siluetas de México, en sus páginas vemos y pensamos en México. Acudimos a ese espejo donde podemos mirarnos entre los Méxicos que hemos sido, que seguimos siendo. Entre los Méxicos que hemos aspirado a tener, a crear” (Cuartoscuro núm. 100, febrero-marzo 2010, p. 12 ).
Este año se han publicado dos libros importantes sobre la historia del fotoperiodismo, el de Rebeca Monroy, titulado Ases de la Cámara, que indaga en el trabajo de varias generaciones de fotoperiodistas a través de la mirada penetrante del crítico Antonio Rodríguez y que cubre un periodo largo, de los tiempos de Don Porfirio al sexenio de Miguel Alemán. Y sin ponerse de acuerdo, el que Luis Jorge Gallegos presentó recientemente con sus Autorretratos del fotoperiodismo mexicano, publicado por el FCE con la pluma extraordinaria de Carlos Monsiváis, que reanudó el trabajo precisamente ahí donde Rodríguez lo había terminado.
Es evidente que una parte muy significativa de la historia de México y de sus fotógrafos con todos sus matices y claroscuros está en el gran archivo de esa empresa independiente que es la agencia y la revista Cuartoscuro.
Queda pendiente la reanudación del trabajo ya iniciado por Antonio Rodríguez y continuado por Carlos Monsiváis, para develar los misterios depositados en estas imágenes que han transitado ya por varias tecnologías pre y post digitales y que resguardan la apasionante memoria de los últimos 25 años.
A partir de ello, podremos sin duda re-pensar la realidad nacional y volver a imaginarla, tal como era el deseo de Carlos Montemayor. De ese tamaño es el reto del aniversario que hoy con toda justicia celebramos.
*Investigador del Área de Historia Social y Cultural del Instituto Mora y coordinador de la Línea de investigación “Historia Social e Imagen” junto con Rebeca Monroy en el Posgrado de Historia y Etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.