Un día como hoy, pero de 1934 nace el fotógrafo Rodrigo Moya
Un 10 de abril, pero de 1934 nace en Medellín, Colombia, el fotógrafo Rodrigo Moya, hijo del escenógrafo mexicano Luis Moya y de la antioqueña Alicia Moreno. Para celebrar sus 89 años te compartimos el texto de Adriana Malvido que aparece en el número 54 de la revista CUARTOSCURO y relata la vida de Moya.
Texto: Adriana Malvido
En silencio, cautelosamente, Rodrigo Moya guardó su cámara fotográfica hace más de 30 años. Se fue al mar, el que lo devoró por un cuarto de siglo. Se hizo editor, escritor, buzo y jardinero… Miles de negativos quedaron enterrados en cajas de cartón, esperando; miles de imágenes, en su mayoría inéditas, sobrevivieron, como su autor. Y hace cuatro años, cuando Moya libró la muerte, decidió abrir la caja de Pandora. Entonces salió a la luz ese mundo secreto, un retrato único del México que registra- ron sus ojos, un archivo fuera de serie, cientos de rostros, de movimientos sociales, de historia documentada, de instantes congelados, de emociones cautivas, de denuncias silenciadas y fracciones de segundo robadas a la vida.
Rodrigo Moya abre uno a uno los sobres de su archivo. Miles de imágenes recorren nuestros ojos y revelan parte de la historia de México que los diarios no contaron; capítulos de Latinoamérica que nuestros ojos no vieron; retratos inéditos de artistas, escritores, actores y lideres que ofrecen un nuevo rostro. Ensayos sobre el campo y la vivienda, la pobreza y la tierra, los niños y los barrios… Y revelan, también, la historia de un fotógrafo que se negó a caer en las garras de la corrupción, que se atrevió a desafiar los límites del oficio periodístico, que soñó con cambiar al mundo desde la militancia sin taparse los ojos y que aspiró a documentar la vida sin hacer a un lado la emoción y la preocupación plástica heredadas del culto secreto a los maestros de la lente.
Tres décadas después, Moya rompe, junto con los sellos de su archivo, el silencio. Dice que el rescate de su archivo fotográfico detono los motores de su memoria. Nos recibe en su casa de Cuernavaca donde vive con Susana, ilustradora de la naturaleza.
Enciende el motor y nos lleva a sus inicios: «A mis 20 años viví un deslumbramiento: la fotografía. Ejerció el oficio de 1956 a 1968, pero lo hice con pasión casi febril. Les cuento: Estudiaba Ingeniería cumpliendo una consigna paterna y tratando de imaginarme perforando pozos petroleros. Pero fue un fracaso, dejé la carrera y me puse a buscar trabajo. Fui a dar a Televicentro donde me recibí en 1954 con un título de dirección-producción, pero la atmósfera me parecía abominable. Un día llegó mi amigo Guillermo Angulo y me pidió que le explicara cómo funciona una cámara de televisión. Sí, le dije, pero tú me enseñas cómo es la fotografía fija, cómo se revela un rollo. Cumplí mi parte y al día siguiente me llevó a Impacto.
«Me mostró el rollo, apagó la luz, y a medio pro- ceso vino el verdadero deslumbramiento: cuando metió el negativo en la ampliadora y proyectó. Yo estaba como un hombre descubriendo el mundo, como un aborigen que ve la máquina prodigiosa. Cuando vi salir la foto del revelador le dije: -Maestro, yo quiero ser fotógrafo-«.
Cuenta Rodrigo que se quedó como ayudante de Angulo, que inició su aprendizaje con pasión, que hacía fotos todo el día, pedía cámaras prestadas, acompañaba a Guillermo a sus viajes; que aquella era una relación maestro-aprendiz estilo renacentista. Angulo no sólo le hacía encargos especiales sino que le daba literatura y le enseñó todas las técnicas de laboratorio. Durante dos años, comen- ta «leí e hice fotografía todo el día».
Poco a poco le empiezan a dar en Impacto «chambas» como cubrir el bautizo de un político o la boda de la hija de un funcionario. Entonces conoce a Nacho López con quien entabla una amistad entrañable y una forma humanista de hacer y concebir la fotografía que lo marcó. Cuando Angulo parte a Roma para estudiar en Cine Cittá con Zavattini, Moya adquiere su plaza y un día en 1956, le dan la portada y el reportaje central de la revista. Se la lleva a Nacho López y éste le regala un ejemplar de La familia del hombre, una recopilación de Edward Steichen de fotografías expuestas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1955.
Entonces, cuenta, sintió que el maestro le pasaba una estafeta. Y junto con Nacho López, «el deslumbramiento» frente al trabajo de Manuel Álvarez Bravo y las fotos publicadas en Life, recibió sus primeras influencias. Como lo fue su amistad con el crítico Antonio Rodríguez.
Moya es un hombre lleno de historias. Narra sus andanzas con pasión recobrada. Recuerda sus colaboraciones en el periódico Zócalo donde se dio cuenta que el diarismo no era para él, que su fotografía requería de más tiempo para meditar las imágenes, la composición, cuidar los procesos técnicos, las calidades de impresión… Así llegó a colaborar, además de Impacto, en revistas como E! espectador, Política, Sucesos, Siempre! y varias publicaciones y agencias del exterior.