Un día como hoy nace la fotógrafa Graciela Iturbide
Un día como hoy, pero de 1942 nace Graciela Iturbide, una de las fotógrafas más reconocidas de México. Por eso hoy la recordamos con el texto de Elizabeth Moreno y un valioso portafolio que apareció en la edición 77 (abril-mayo) de la revista Cuartoscuro en 2006.
Texto: Elizabeth Romero
Del residuo de un sueño, de esa materia retraída en el sopor entre la duermevela y la vigilia, proviene la frase «En mi tierra sembraré pájaros». Graciela Iturbide no recuerda el sueño completo, acaso sólo esta enunciación de un deseo que implica una paradoja: asociado al cielo y al aire, a la levedad misma, el pájaro se opone a la tierra, a la gravidez y sobre todo a la estaticidad. ¿Cómo anclar el vuelo, cómo hacer que permanezca? Y la autora habla también de su tierra (el lugar de origen), es ahí en donde quiere sembrar aves; y se siembra para ver crecer y cosechar y aquellas buscan elevarse, volar y no estar aquí.
Más bien trashumante, Iturbide se echó a andar por el mundo y halló pájaros distintos en muchas de las geografías visitadas; entre 1979 y 2000 hizo cientos de fotografías sobre el tema, pero no las mostraba: «fueron 20 años de guardar pájaros». Un tema recurrente, el del pájaro y lo que a él se refiere: el vuelo, el movimiento, el ala, la pluma, la elevación, la libertad, la ingravidez- detona la publicación del libro Pájaros, editado por Twin Palms Publishers en 2002. Algunas de las imágenes que aparecen en esta publicación conforman la muestra «El ojo de Graciela Iturbide» (Galería Alva de la Canal, Universidad Veracruzana, 18 de mayo) con la que se inaugura el XIII Mes de la Fotografía en Xalapa, Ver., que en esta ocasión le rinde homenaje.
El Mes de la Fotografía es organizado desde 1990 por el grupo Fotoapertura (que comanda Miguel Fematt y entre cuyos miembros hoy en día se encuentran Manuel González de la Parra y Rosa María López). Es uno de los festivales de fotografía pioneros en el país, en un formato que incluye exposiciones, conferencias, presentaciones de libros, etcétera, con autores de distintos estados y de otros países; se trata también de un encuentro que ha generado un gran cariño no sólo por la calidad de sus actividades, sino por la calidez y la hermandad que surge de la posible convivencia (contrario a otros festivales saturados de actividades que atomizan los esfuerzos y desdibujan a los individuos).
Celebrado anualmente en sus inicios, se vuelve bienal en 2002; empezando por Nacho López, en cada emisión a partir de 1994, el festival rinde homenaje a un autor mexicano cuya obra se ha destacado en el mundo. Otros fotógrafos reconocidos con este homenaje han sido Manuel Álvarez Bravo, Carlos Jurado, Héctor García y Mariana Yampolsky.
«Quiero volar en el sentido de crecer con los pies en la tierra» afirma también Graciela Iturbide que se muestra en un autorretrato con dos pájaros muertos cuyas cabezas le cubren los ojos; para posicionarlos ahí, sus brazos trazan sendos triángulos que se quieren alas. Ojos para volar. Para Iturbide la fotografía es un pretexto para conocer el mundo y reflexionar, esta concepción le ha significado una aproximación casi de cómplice tanto con las personas como con los animales o los objetos, que traducen una mirada reposada, nunca agresiva, siempre en el intento de dignificar hasta la situación más cruda. Su trabajo la ha llevado por el mundo, desde Juchitán (recuérdense imágenes casi emblemáticas de un lugar y una época, parte ya de nuestro acervo visual) hasta la India; recientemente viajó a Mozambique para visitar a mujeres y niños enfermos de sida y ha estado también con indios seris en el Norte de nuestro país; este interés por las muy distintas formas, apreciaciones y soluciones de vida, es decir, por la diversidad de culturas no fuera posible si no por la conciencia de que cada vez que se acerca a la otredad entra a un espacio de identidad e intimidad no expuesta para todos, es decir, habrá que llegar ahí mediante la cautela, la inteligencia, el respeto. No es casual, verbigracia, que Graciela haya podido entrar en fecha reciente a un lugar cerrado durante 50 años; aún no hemos visto las imágenes, pero existen ya, las del baño de Frida Kahlo, una especie de palacio del dolor, en donde los objetos -prótesis, corsés, pomos de medicina que acompañaron a la artista permanecen en este recinto, el más íntimo, y hasta hoy vedado.
Otras de las imágenes que se integran a la exposición en Xalapa provienen del ensayo fotográfico titulado Naturata (1996-2004) el cual fue exhibido en la Galería López Quiroga en la ciudad de México y que generó el libro del mismo título, editado en Paris -Toluca Editions- e impreso en Madrid. Empleando técnicas distintas (plata sobre gelatina, platino y heliograbado), el ensayo discurre sobre las plantas; el grueso de las tomas proviene del Jardín Botánico de Oaxaca y las hay de otros lugares, como la de la casa bordeada de árboles y abrazada por enredaderas que bien intentan asimilar una cosa construida por mano del hombre a la obra misma de Natura. La textura de las cactáceas, sus surcos y espinas, el encuadre que las contiene y las explicita hasta casi abstraerlas, remite necesariamente al viejo y aún vigente maestro alemán Albert Renger-Patzsch (1987-1966), a quien Graciela parece guiñar el ojo añadiendo luego la singularidad de su sombra, ya de la inclusión de los ya elementos (botellas de suero, etiquetas, cuerdas), con los que se cubren, se sanean o se enderezan los ejemplares de esta valiosa colección.
Hemos hablado de reflexión, hemos enunciado la palabra ensayo (género de las ideas), toca decir entonces tiempo, y concluir: sin el necesario es imposible la maduración. El oficio de pensar, de reflexionar, de mirar es un oficio solitario; requiere de enormes dosis de silencio y consume un tiempo que no puede ofrendársele a otra cosa. El modo de hacer de esta autora está ligado a la foto analógica, a una idea del tiempo que se espacia y se extiende entre mirar y disparar, entre cargar un rollo y ocupar el tiempo de maniobra en imaginar; no hace mucho, Iturbide y Cristina García Rodero anduvieron en Oaxaca, a invitación de Francisco Toledo, impartiendo un taller en donde segura- mente aún hablan de la latencia de una imagen, de la espera y el asombro.
Y en consecuencia, Graciela se ha ocupado de la foto impresa, no sólo como pieza, sino de aquella multiplicada en libros; más de diez de su autoría. Quizá el de mayor tiraje sea el que con tema de animales forma parte de la famosa colección 55 de la editorial inglesa Phaidon (55 fotos de 55 autores del mundo entre los que figuran sólo dos latinoamericanos, mexicanos ambos: Manuel Álvarez Bravo e Iturbide). Quizá el menos conocido es el de Avándaro, nombre mítico para la generación que acudió o supo de oídas del Festival de Rock y Ruedas de septiembre de 1971, que tuvo lugar en aquel paraje de Valle de Bravo, Edo. de México. Graciela estuvo ahí como asistente del cineasta Jorge Fons, llevó su cámara y tomó sus fotos. Meses después, luego de que la prensa satanizara esta reunión de jóvenes, Emmanuel Carballo le sugiere publicar un libro con estas imágenes y el texto de Luis Carrión para la editorial Diógenes. Lo tuve en mis manos hace unas semanas, la impresión de la época, el diseño que juega con el alto contraste, la pátina y el olor de ese papel humilde añejado en la biblioteca de la autora que estuvo ahí ese día, me remontaron a mi adolescencia febril de espacios y libertades, soñándome parte del tumulto que aparece en las fotos y del que nunca formé parte.
La gran enseñanza de Álvarez Bravo: «No hay que tener prisa», trasmitida por un hombre centenario, bien puede confortar a cualquier creador. En plena madurez y aliada con el tiempo, a Graciela le espera el libro que editará en breve la Universidad de Texas; a su larga lista de reconocimientos sumará el homenaje que se le rinde en Xalapa, en donde la algarabía de los pichos al atardecer, tal vez le diga que sí, que sembró pájaros en su tierra.