Te presentamos el trabajo de Carlos Almaraz, alumno del taller Cuartoscuro
Texto y fotos: Carlos Alberto López Almaraz
«La experiencia de ir al circo»
En medio del paisaje urbano de concreto y smog de la periferia de la gran Ciudad de México, de vez en cuando se puede observar el destello de luces y colores de una carpa que transforma el terreno baldío o el estacionamiento de un centro comercial, en un carnaval de sonido y sensaciones.
Fascinantes son las atracciones del circo, sus formas, sus colores y sus artistas, que con sus máscaras de maquillaje y acrobacias nos seducen, invitándonos a un viaje que pareciera de otra época, donde las mujeres vuelan y los jóvenes se tocan la cabeza con los pies.
Más fascinante aún son los curiosos que pagan por entrar. Cansados de la rutina y las exigencias de la cotidianidad, los públicos salen de sus casas para ir al circo, a donde, como Juan Luis Vives escribió, «van a descansar de racionales».
Del lado oscuro de la carpa, bajo la mirada curiosa y con el anonimato que el rol de público nos otorga, se nos permite gritar, reír y conmovernos. Podemos descargarnos emocionalmente, sin ser juzgados de locos o infantiles. La experiencia catártica del espectáculo circense radica en que el artista juega con nuestras emociones mediante la tensión y la risa, todo bajo el contexto de un espectáculo familiar itinerante con siglos de tradición.
De esta manera, la función de circo supone una oportunidad para los espectadores. Para desahogar las emociones reprimidas en la vida cotidiana, para crear memorias colectivas y reforzar el lazo social, y para alimentar nuestra exigencia de salir a la calle y encontrarnos los unos a los otros, en un lugar y tiempo donde la única condición es divertirse. Porque al final de todo, el verdadero espectáculo es el encuentro con los otros.