Reportaje: recolección de pitaya en Jalpa, Zacatecas
Texto y fotos por Adolfo Vladimir/Cuartoscuro.com
Cada año, desde los primeros días del mes de mayo y hasta finales de junio, pobladores del municipio de Jalpa, al sur de Zacatecas, realizan la recolección de la pitaya. Fruto de una cactácea, de nombre científico Stenocereus queretaroensis y popularmente llamada pitayo o yagüarey, muy común en zonas semiáridas del centro y norte de México.
Este fruto, atractivo por la variedad de colores, así como su fresca y peculiar pulpa, tiene sus raíces en las antiguas culturas, el nombre de pitaya se le dio en las Antillas, significa fruto escamoso, pero los antiguos pobladores la llamaban coapetilla, que quiere decir serpiente gruesa, refiriéndose a la apariencia de las ramas del pitayo. Desde la época prehispánica esta planta, ha sido un complemento importante en la dieta de las comunidades originarias, considerada una de las fuentes más importantes de alimento; los investigadores mencionan que algunos le daban a la pitaya un uso ritual, pues además de alimento, lo consideraban regalo en celebraciones para hacer alianzas en la guerra y también se hacía una bebida a base de la fruta y el mezcal.
Las primeras plantaciones comerciales de la pitaya comenzaron a finales del siglo XIV y una de las regiones importantes fue el estado de Jalisco y su frontera con Zacatecas. Don Antonio Solís, de 90 años, vive con su esposa Belén Salazar, de 84 años, y su hijo Juan Manuel Solís Salazar, reconocido pintor y quien regresó a su tierra después de haber pasado más de 40 años de los Estados Unidos.
Además de disfrutar la tranquilidad y la belleza de su pueblo, El Zapotillo, don Antonio, disfruta de la coapetilla; cuando era joven, ayudó a un hombre, para el que trabajaba cuidando ganado, a sembrar una huerta de pitayos junto a la iglesia: recuerda que fue 50 años atrás, la planta tarda entre 25 y 30 años en dar los primeros frutos. Cuando los pitayos ya eran adultos y comenzaba a dar los primeros frutos, don Antonio compró la pitayera con ayuda de sus hijos.
Él y su hijo Juan recolectan pitayas de todos los colores para consumo familiar y de amigos. Así disfrutan la temporada de calor, previo a las primeras lluvias. Este fruto se produce en los municipios del Cañón de Juchipila, entre ellos, Tabasco, Huanusco, Jalpa, Aozol, Juchipila, Moyahua y Mezquital del Oro.
La mayoría de las personas que se dedican a la venta de este fruto es, por tradición, herencia familiar de temporada, generando una estabilidad y apoyo económico para cientos de familias en el municipio. La comercialización se realiza principalmente en los jardines públicos de los municipios, mediante venta directa del productor, por encargo o del revendedor al consumidor.
Desde las 5 de la mañana la familia Sandoval se prepara para salir, como cientos de personas, a recolectar; a pesar de la pequeña brisa que se presenta al amanecer preparan sus canastos y suben a la camioneta, para minutos antes de las 6 de la mañana comenzar el viaje sobre un camino de terracería por las faldas del Cerro del Santuario, conocido antiguamente como Coahuitepetl. Treinta minutos hasta llegar a un ranchito, propiedad del tío de Aleida Rodríguez Sandoval; Aleida, acompañada de su madre Agustina y sus sobrinos Jenso y Anel, toman sus canastas y carrizos, se dividen en parejas y cada quien toma diferentes caminos, para poder revisar en conjunto alrededor de 60-70 pitayos, en una extensión de terreno de 50 hectáreas de monte, en la zona conocida como “Realito de Abajo”. Doña Agustina Sandoval, de 69 años, aprendió de su padre como cosechar las pitayas, “él me enseño todo, sé cortar leña, ordeñar, sembrar, bajar pitayas, todos los trabajos del campo desde que era niña”. Así, también heredo a su hija el conocimiento de la pitaya.
Es muy singular, Agustina observa el pitayo, poco a poco va caminando alrededor, identifica el color vivo del fruto, levanta su carrizo, lo gira un poco y listo, la coapetilla queda atrapada; el fruto desciende hasta el piso y poco a poco van juntando, una, dos, tres, todas las que hayan madurado ese día, este fruto hay que esperarlo, sola se muestra para ser cosechado. Después comienzan a limpiarlas con una varita que se encuentran en el lugar; las espinas son bastante amables, no son tan peligrosas como las de las tunas, ya limpias, se puede observar como la cáscara parece una piel de serpiente. Muchas de las pitayas ya están picoteadas por pájaros, los cuales se dan un festín en la temporada; esas pitayas son comidas en el instante por doña Agustina y Aleida, ya que para la venta no tienen muy buena presentación. Así van recolectando hasta 70 pitayas de diferentes colores en cada canasto, que venderán entre 5 y 10 pesos cada una, dependerá del tamaño.
Así es, durante toda la mañana, las mujeres y su nieto bajan entre las 11 y 12 del día con alrededor de 300 frutas, generalmente la cosecha se realiza mi temprano, para no estar bajo los rayos del sol en las horas del día más fuerte. Algunas personas lo hacen en la madrugada. Durante dos meses, esta es la rutina de todos los días, es un trabajo familiar, tradicional y de gran ayuda económica para la población rural de esta región. La pitaya, además de consumirse como fruta fresca, se utiliza para obtener diversos alimentos, entre los que están el pan, mermeladas y bebidas refrescantes (nieve, agua y ponche), además de destilados.