NADIE ES UNA ISLA

Por Carolina Romero
Sirvan estas letras como un espacio dedicado a la memoria de una época que ha sido marcada por una microscópica partícula que, así sin más, de un día para otro apareció en nuestras vidas y, desde entonces, ya nada ha sido igual.
Que estas letras honren las historias íntimas que nos cuentan familiares de enfermos, sobrevivientes, personal de salud y fotoperiodistas a través de las imágenes del Concurso Nacional de Fotografía Periodística y Documental Cuartoscuro 2021 Tiempos de pandemia, que se presentan en exposición en la Fototeca de Zacatecas Pedro Valtierra.
Sean las miradas de todos los participantes —aunque sólo presentemos 60 fotos de las mil 700 inscritas en el certamen— como puertas abiertas de par en par que nos permitan entrar a aquellos lugares en los que la palabra crisis cobró una nueva, e infinitamente más cruda, dimensión.
Casi apostaría a que con sólo echar un breve vistazo a estas fotografías, todos podríamos vernos reflejados en alguna de ellas… o a un familiar… o conocido… Y es que este coronavirus vino a demostrarnos, hoy más que nunca, que ninguno de nosotros es una isla.
Pienso en Elideth, por ejemplo, y en la incertidumbre compartida por millones de personas al saberse contagiadas y sin un rumbo claro para enfrentar al virus de manera contundente; aún más, al encontrarse postradas en la cama de un hospital, con el destino a merced de los números que marcara el oxímetro o de la efectividad de una enorme lista de medicamentos.
También imagino el dolor de Luis, inmerso en una lucha entre la vida y la muerte, al ver cómo su madre desarrollaba poco a poco los síntomas más graves de la enfermedad y quien, al igual que muchos otros mexicanos, la combatía desde casa y pese a otros padecimientos —como obesidad, hipertensión y diabetes— que le jugaban en contra.
Luego intento ponerme en los pies de Gerardo, pero no puedo llegar a experimentar el trago amargo de estar parado en un panteón, a punto de retratar el beso de despedida que busca darle una madre al ataúd de su hijo, para luego ver cómo entre ellos se interponen un cubrebocas y una careta.
Duele pensar en las batallas perdidas, en los adioses que se quedaron pendientes y en los afectos no entregados. En los te quieros que ya nunca fueron escuchados. En tantos duelos silenciados por el llamado a no abrazarse, a no tocarse, a ni siquiera verse. Lastiman las lágrimas derramadas a las afueras de los centros de salud, donde la esperanza murió miles de veces.
Perdóname, lector, si le dedico unas tantas líneas a ese sentimiento de rabia e impotencia que da el imaginar a las cientos de familias que se quedaron sin el sustento diario, pendiendo de un hilo ante la suspensión de las actividades no esenciales y, luego, enfrentándose a la necesidad de salir a las calles pese al riesgo de contagiarse, porque había que buscar qué comer. Sí, la precariedad y desigualdad con la que cargaron, y siguen cargando, infinidad de personas también son parte de la herida.
Y es que resulta casi imposible no hacer una apología del dolor y no resentir la ansiedad, el miedo, la incertidumbre y abandono que trajo consigo la pandemia.
Pero que estas fotos, más que un reflejo de la innegable tristeza que ha cubierto a México y al mundo desde hace casi ya un año y medio, más que un documento histórico que nos ayude a recordar cómo fueron los terribles tiempos del Covid-19, sean aquella catarsis que algunos hemos tenido pendiente.
Demos entonces pie a la empatía a través de la fotografía como herramienta para conocernos y reconocernos en el otro.
Que este concurso, que cada año convoca a mirar de frente todo aquello que atañe al ser humano en distintos contextos, nos permita dejar de lado esa ceguera voluntaria inmersa en el mundo de las apariencias que tiende a hacerse presente cotidianamente.
Traigamos entonces a colación la enorme gama de sentimientos y aristas que toca y evoca esta selección de imágenes, la cual nos recuerda, tal como dice una locución griega, que nada de lo humano nos es ajeno y nos demuestra que la pandemia no ha tenido una sola cara, sino que posee infinidad de ángulos, por donde se le mire.
Ariel, ganador del primer lugar, gracias por presentarnos los rostros de quienes pelean por las vidas ajenas cubiertos de pies a cabeza por trajes blancos, mascarillas y goggles; gracias también a Felipe de Jesús, por rescatar su identidad del anonimato; a Miguel Ángel y a Marcolino, por tomarse un momento de su jornada en los hospitales para retratar a sus compañeros y destacar la importancia de su labor.
A Carlos Alberto, por sumergirse entre desperdicios para encontrar a uno de los sectores de la población más golpeados por el virus: los recolectores de basura; a Mahé Elipe y a Magdalena, por no dejarnos olvidar que las mujeres enfrentan su propia pandemia y siguen luchando por un mundo sin violencia; a Adriana, César y Adolfo, por capturar la esencia de la ardua lucha por conservar la estabilidad emocional y salud mental durante el confinamiento.
Así podría enumerarlos a todos ustedes, fotógrafos, aunque ni siquiera hayan participado en este concurso, y agradecerles por tener el valor de tomar una cámara y convertir la historia de una persona en la de miles y millones más.
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