La Bestia y La Selva: historias migrantes (tercera parte)

Portafolio y texto publicado en la revista Cuartoscuro 179 (diciembre-febrero)

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Bestia

(Estado de México, México)

–Prefiero volver a cruzar esa hijueputa selva mil veces que pasar por México otra vez.

El rumor del tren se embravece al pasar frente a la multitud, su estruendo incesante dilata unos minutos y vuelve a alejarse hasta desvanecer en el horizonte. Es el tercero que pasa en cuatro horas y, como los anteriores, su anuncio de esperanza hizo que los más de trescientos migrantes a la orilla del basurero se levantaran del suelo para correr presurosos hacia las vías, ansiosos de que esta vez sí se detuviera por completo. No se detuvo, su sonido fue solo una promesa, y todos regresan contrariados al amparo de las escazas sombras que encuentran bajo los pocos árboles del descampado. Ya son las tres de la tarde, pero el sol sigue ardiendo aferrándose a su cenit.

–Esa selva usted la cruza en tres días. Pero México no, parce, en todos lados le roban la plata a uno. Los policías de Oaxaca, marico, ¡no!, ni en Guatemala lo joden a uno así.

Tijuana, Baja California. Octubre, 2017. Desde territorio mexicano se observan cinco modelos del muro fronterizo que prometió construir el gobierno de Donald Trump. ©OMAR MARTÍNEZ/CUARTOSCURO

A lo mucho habrá cumplido 13 años y todavía tiene voz de niño, pero actúa con la seguridad y la soltura de un adulto. Se llama Luis, es venezolano y viaja únicamente con su abuela, con quien migró originalmente a Barranquilla en donde vivieron dos años, ella trabajando en la cocina de un restaurante, él asistiendo en un taller mecánico. Nada más llegar a Chicago, Luis planea ahorrar dinero para montar una barbería y comprarse una moto y un IPhone nuevo.

Repite, quizá con verdadera convicción, lo que se escucha en boca de la mayoría de los migrantes que esperan el tren: que México es más duro que el Darién, que a partir de Guatemala, la travesía, en su extensión y en las dificultades de tránsito, es un reto mayor que llegar de Colombia a Panamá.

Aunque no es el método elegido por todos, gran parte de los migrantes que pasan por México opta por ingresar a Estados Unidos utilizando la CBP One, una aplicación móvil que funciona como un portal a través del cual solicitan una cita con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. A partir de esta cita, las autoridades evalúan si los solicitantes son candidatos a ser inscritos en procedimientos de inmigración regularizada al interior de sus fronteras. Sin embargo, los criterios de evaluación y los tiempos de espera de las citas son inciertos, por lo que muchos optan por entregarse a los elementos de la patrulla fronteriza en distintos puntos de la frontera, esperando de esta manera agilizar el proceso de la aplicación.

Estamos sentados sobre las vías, Luis, yo, dos jóvenes venezolanos, una pareja de salvadoreños, una ecuatoriana muy silenciosa con sus cuatro hijos, tres niñas y un niño, y un hombre tuerto de unos 50 años que acaba de acercarse y que aprovecha las pausas en la conversación para pedirme dinero. Nos rodea una pequeña pandilla de niños migrantes que han hecho de Luis su líder. A lo lejos, las monjas del albergue del Buen Samaritano reanudan la repartición de tortas que se había suspendido por la aparición del tren y vuelva a formarse una larga fila en la camioneta blanca. Al ver que de nuevo se forma la fila, Luis da instrucciones a uno de los niños de su pandilla, quien asiente entusiasta con una sonrisa maliciosa, llena de mocos, y avanza dando brincos hacia la multitud.

Tijuana, Baja California. Diciembre, 2018. Un hombre cruza con una niña el muro divisorio entre México y Estados Unidos que se encuentra en Playas de Tijuana. ©OMAR MARTÍNEZ/CUARTOSCURO

–No sé si sea cierto o no, pero mi abuela y yo nos vamos a entregar por Piedras Negras, dicen que por Ciudad Juárez están deportando, ¿usted no sabe?

–Es incierto, el flujo no es fijo, hay a quienes deportan y otros a los que dejan entrar, no te puedo decir. Podría recomendarte que esperes en un albergue mientras haces tu aplicación, creo que es menos riesgoso, pero puede que se entreguen y les salga mejor. Creo que tienes buen instinto, síguelo.

–No, marico, vamos a entregarnos, eso de la aplicación toma mucho tiempo. Es la suerte de cada uno, a unos les dan la cita a la primera, otros esperan meses. Pa´ qué, mejor nos entregamos. México es jodido, la migración pone mucho problema. México es más jodido ¿oyó? Más que la selva.

–Bueno, la selva la cruzas rápido, y a tu abuela y a ti les fue bien, tal vez por eso te parece que México es más duro.

–No, marico, en México le ponen a uno muchas trabas, no lo dejan avanzar, hay que estarse escondiendo, lo para a uno migración y lo devuelve para Chiapas, lo para a uno la policía y le saca la plata. Y luego los secuestros, gracias a Dios nosotros bien con eso, pero a muchos ya les tocó.

Excepto el tuerto, que mira con reproche a Luis, el resto de los migrantes asiente.

¿Marico? No le hable así al señor periodista, chamo, tenga respeto, que no ve que usted está en país ajeno, huevón.

Solamente escuchar las palabras del tuerto, Luis mira a la mujer ecuatoriana y aprieta el ojo derecho constriñendo el resto de sus facciones burlonamente.

¿Conoces a Popeye?

Todos en el grupo ríen y el hombre se aleja maldiciendo al líder de la parvada infantil. El niño que Luis envió por provisiones regresa con una torta y entrega a Luis un cartón de leche.

No hay avistamiento del tren ni nubes en el cielo, solo un paisaje polvoso y amarillento poblado de seres que esperan. Conscientes de los peligros aparejados con subirse al tren, no todos los migrantes que cruzan por México en su camino a Estados Unidos y Canadá eligen este modo de viaje. Me percato, por ejemplo, de que no hay haitianos entre la multitud. Asumiendo el riesgo de los retenes, la mayoría de los haitianos optan por viajar en autobuses hacia la frontera norte.

Chocó, Colombia. Mayo, 2023. Migrantes caminan por la selva que divide Colombia y Panamá, conocida como «Tapón del Darién», con intención de llegar a Estados Unidos. © PEDRO ANZA/CUARTOSCURO

–No he visto ni un haitiano en el tren en los cuatro días que he venido.

-Si mira, ahí hay dos

Luis señala a dos hombres negros sentados a unos veinte metros de nosotros.

–No son haitianos, ellos son de Angola.

–Es lo mismo

Todos vuelven a reír.

Tras haber lanzado su gracia, Luis y sus subordinados salen corriendo hacia la multitud. Quizá detectando la oportunidad de otra travesura.

Me acerco con la mujer ecuatoriana. Se llama Carmen, hace dos meses salió de Quito y su travesía por la selva, a diferencia de la de Luis, no quedó sin manchas. En Quito se dedicaba a la venta de productos naturales, remedios y medicinas herbales que conseguía en un poblado de Sucumbíos, la región del Ecuador de donde es originaria.

–Allá estamos colapsados, mucha delincuencia. Piden dinero diario, nosotros antes ganábamos 10 dólares al día y ahora como le piden dinero al negocio nos quieren pagar solo la mitad, 5 dólares. Y es diario que hay que pagar vacuna.

–¿Vacuna?

–Es la extorsión que piden, si no la pagas te matan o se llevan a uno de tus hijos. Antes Ecuador era muy tranquilo, pero desde que empezaron a llegar los venezolanos cambió. No hay seguridad, la muerte es gratis, no vale nada la vida. Yo soy una mujer sola, ¿qué iba a hacer?, por ese motivo pensé en migrar con mis hijos, el papá de mis hijos es discapacitado y estoy separada de él desde hace muchos años, y el papá de los dos chiquitos es de Quito pero no sé dónde está, no me ayuda. Me enteré que se casó y yo tomé mi rumbo con mis hijos.

Se le nota fatigada, magullada por una larga lista de tristezas. Cuando habla no mira a los ojos y sus pupilas se mueven veloces como intentando descifrar en el éter una respuesta a lo que la aqueja.

–Crucé de Ecuador a Colombia por Rumichaca, ahí nos extorsionaron los policías porque la niña pequeña no tenía autorización del papá, me pedían 200 dólares, tuve que pagar. En Necoclí pagamos la lancha, 350 dólares por cabeza, solo la niña pequeña pagó 50 dólares, eso pagamos para que nos llevaran desde ahí hasta las banderas, hasta la frontera con Panamá. Y la selva para mí fue un infierno, había gente muerta, bebes muertos en la carpa, en estado de descomposición, había un niño que se murió… en el río una señora cayó y se pegó contra la roca y le aplastó la cabecita a la bebé, se murió al instante. O sea, es cosa traumante que a nadie desearía que pase por ahí.

Se queda en silencio. El grupo de personas que nos rodean conversan cálidamente y ríen. A lo lejos comienza a escucharse un tren.

–¡Ya llegó La Bestia!

De nuevo todos los migrantes recogen sus pertenencias y se arremolinan nerviosos alrededor de las vías. El tren pierde velocidad: ahora si se detendrá.

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