Kati Horna: Una mirada insólita y cotidiana
Texto por Alicia Sánchez Mejorada publicado en el número 50 de la revista Cuartoscuro (2000)
Tanto por su trayectoria fotográfica como por la mirada mágica y cotidiana con que plasma sus imágenes, Kati Horna es una de las personalidades más destacadas en el ámbito cultural mexicano. Nacida en Hungría, en 1912, radicó en la Ciudad de México por más de 60 años, desde fines de 1939 hasta su muerte, acaecida en octubre del año pasado.
A los 19 años de edad se trasladó a Alemania y, por afinidades de ideario, se relacionó con el grupo de Bertold Brecht a cuyo colectivo se integró en Berlín en 1931. Su formación intelectual y artística se forja con las ideas de los considerados pioneros en fotografía moderna: los húngaros Lászlo Moholi Nagy miembro y profesor de la escuela Bauhaus- y Jósef Pécsi, cuyo estudio fotográfico catalizó la atención de los vanguardistas de la época. Kati aprendió la técnica de la fotografía en el taller de éste último, en Budapest (1932), lo cual le sirvió para ingresar como ayudante de la agencia alemana Dephot (Deutsche Photodienst). Al poco tiempo, en 1933 huyó a París, donde comenzó a trabajar retocando fotografías de modas y haciendo fotos fijas para cine. Acompañada de su cámara Linhoff, realizó para la compañía francesa Agence Photo sus primeros reportajes gráficos: El Mercado de las Pulgas (1933) y Los Cafés de París (1934). En estas tomas se manifiesta ya su gusto por reanimar a los objetos confiriéndoles vida y personalidad propia, así como su humor y su particular enfoque creativo para detectar lo «insólito cotidiano», por ejemplo, al captar la expresión de un perro sentado esperando ser servido.
Algunos de sus amigos pertenecían a la Asociación de Artistas Alemanes en París y pronto con su carácter irónico y genial, Kati entró en contacto con el grupo surrealista que se reunía en Montparnasse en el Cafe des fleurs. Con su amigo, el dibujante Wolfgang Burger (un jóven refugiado alemán, discípulo de Max Ernst), desarrolló entre 1935 y 1937 una serie de historietas, protago nizadas por verduras o huevos pintados, que criticaban la situación política europea, ridiculizando particularmente la figura de Hitler, oponiendo a la tragedia un humor agudo y sutil, hasta cierto punto macabro. El clima de ruptura y utopía en el que vivió Kati en París contribuyó a afianzar su ideología libertaria, a la que se mantuvo firme hasta el resto de sus días.
Durante la Guerra Civil Española, con el encargo de reunir un álbum para la propaganda exterior del gobierno republicano, Kati Horna se trasladó a Barcelona (1937). Las escenas que recoge en Teruel, Aragón, Valencia y Cataluña, principalmente, documentan la contienda mostrando la vida cotidiana tanto en los frentes como en la retaguardia. Sus tomas son básicamente testimonios de la población civil durante la guerra: la mujer amamantando, la mujer que lleva la comida al campo de batalla, el interior en ruinas después de un bombardeo. Su contacto con el devenir humano, con el drama del desamparo y el tipo de acercamiento que Kati Horna efectuó hacia su entorno motivaron la pronta madurez de Kati Horna como fotógrafa, pues realizó una notable labor testimonial al retratar con una mirada solidaria, sobrecogedora y atenta la vida en toda su dignidad. Lejana siempre a la militancia política, aunque afín a los libertarios españoles, Kati Horna fue simpatizante de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y trabajó como reportera gráfica para publicaciones de tendencia anarquista. Fue redactora de la revista semanal Umbral, y participó en otras no menos importantes, como Tierra y Libertad, Tiempos Nuevos, Libre Studio y Mujeres Libres. Una de las tomas más emblemáticas de esta época es Los paraguas (1937), registrada desde el quinto piso de la vía Durruti, cede del archivo de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en Barcelona.
Fue a través de la revista Umbral que Kati conoció a su compañero, el pintor andaluz José Horna, quien trabajaba entonces (1938) como dibujante del Estado Mayor de la República, hasta que ingresó en la División del Ebro, cubriendo la retirada de los civiles a través de los Pirineos. Después de una serie de vicisitudes emocionales y políticas, tras la derrota del régimen republicano, llegaron a París y de ahí salieron al exilio en México. A los 27 años de edad, en octubre de 1939, Kati desembarcó en Veracruz y al poco tiempo los Horna se establecieron en el Distrito Federal.
Desde sus inicios, Kati Horna pareció intuir las claves de la narración fotoperiodística contemporánea. El primer reportaje gráfico que publicó en México, revela su capacidad intuitiva y su mirada experimental en el discurso fotográfico. Se trata de un cuento visual que había trabajado previamente en París, en julio de 1939: «Lo que va al cesto», que aparece como su primera colaboración en la revista Todo. Como una premonición de los tiempos que vendrían ella narra el sentimiento colectivo de la preguerra. En sus fotos, libros de poesía, mapas de Europa, pasaportes, monedas, la paloma de la paz, los símbolos de la amistad y la fiesta son barridos para dar al cesto de la basura. Arrasados como lo serían la humanidad, la cultura y la geografía por el enfrentamiento bélico. Pronto colaboró como reportera gráfica para distintas publicaciones mexicana. A partir de 1944 fue fotógrafa de planta de la revista recién fundada Nosotros, que apreciaba las excelentes fotografías de Kati Horna y su bien manejada Rolleiflex. «La técnica europea de Kati al captar en sus fotografías el sentido humano ha sido hasta hoy y en cierta forma insuperable decía una nota. Su exquisita sensibilidad capta inmediatamente la agudeza de las expresiones», como lo demuestra la serie de retratos de Alfonso Reyes en su biblioteca.
En esta época realizó dos de sus estudios más reveladores y sugerentes: Títeres en la Penitenciaria y La Castañeda (ambos de 1945). Con una visión penetrante Kati Horna transfigura lo sordido del encierro y consigue adentrarnos en mundos causticos y subjetivos, trastocados por su mágica mirada. Ella reviste cada imagen con una nueva interpretación. Con una libertad maravillosa recupera toda integridad humana, al tiempo que recoge los rasgos emocionales, íntimos y personales de los sujetos fotografiados. Su lente se torna en espejo que refleja el mundo interior del retratado.
(Texto completo en el número 50 de la revista Cuartoscuro)