INAUGURAN KATHARSIS, UNA ODA AL MUNDO DE LA LUCHA LIBRE MEXICANA
Las luces se apagan: gritos, porras e insultos comienzan a formar el coro de un moderno ritual en el que las emociones y tensiones del público presente se disipan al puñetazo del primer enmascarado que cae en el gran espectáculo de dolor, sangre, triunfo y justicia: el mundo catártico de la lucha libre mexicana.
Casi siete décadas de fotografías emblemáticas de este espectáculo se presentan en la exposición Katharsis. Imágenes de la lucha libre en México, 1940–2007, abierta a partir del 24 de marzo en el Museo Arocena, ubicado en Torreón, Coahuila.
“¡Lucharáaaan a dos de tres caídas, sin límite de tiempo!”, se escuchó por primera vez durante 1933 en voz del réferi Chucho Lomelín en la Arena México —entonces Arena Modelo. El lugar que ahora clama el título de la Catedral de la Lucha Libre Mexicana había estado parcialmente abandonado hasta que, ese mismo año, se convirtió en la sede de la Empresa Mexicana de Lucha Libre, fortaleciendo una tradición que trascendió las fronteras nacionales a lo largo de las últimas décadas.
Junto con los primeros luchadores, surgieron también innumerables fotógrafos, profesionales y aficionados, célebres y anónimos.
A través de su lente nos heredaron instantáneas combativas de un espejo en el que todo mexicano se ve reflejado: cada uno de nosotros elige internamente su faceta de técnico, rudo o exótico, y se eleva por un momento más allá del mundo cotidiano para entrar, parafraseando al filósofo Roland Barthes, en un espectáculo tan catártico como el que proponían los trágicos griegos.
Las imágenes, producidas como encargo periodístico, estudio retratístico, proyecto documental y/o artístico, cubren un periodo de casi siete décadas. Autores de tres generaciones, un acervo de documentación fílmica y los archivos de dos revistas especializadas nutren este misceláneo corpus fotográfico, no menos variado que el universo al que hace referencia.
Este proyecto museográfico, desarrollado bajo los auspicios de la Dirección de Artes Visuales de Fundación Televisa, es apenas un atisbo a la riqueza iconográfica del espectáculo multidisciplinario que bien puede considerarse uno de los extremos del sincretismo mexicano.
La vasta colección fotográfica de Fundación Televisa ha permitido reconstruir esta larga historia visual de rituales, sangre, poses y máscaras; tanto en su vertiente presencial como en su paso al celuloide. En las fotografías mostradas en la exposición se suceden más de 120 luchadores y luchadoras, de entre los cuales se destaca el Enmascarado de Plata, que celebra este año el octagésimo aniversario de haberse subido al ring por vez primera.
Instalada en el gusto popular desde los años 30 del siglo pasado, la lucha libre ha sido para los mexicanos algo más que una afición deportiva. Los modernos representantes de un oficio en que resuenan las antiguas batallas de gladiadores romanos y guerreros aztecas, contando con la inapreciable colaboración de públicos que no se resignaron a la condición de espectadores, convirtieron las arenas de lucha libre en escenarios de una teatralidad compleja y desaforada.
Corporales y simbólicos, carnavalescos, sangrientos, catárticos, los combates entre luchadores técnicos, rudos o excéntricos devinieron fuentes inagotables de una imaginería que ha trascendido los límites del ring. De la televisión al cómic, de la gráfica callejera a la animación virtual, del reportaje periodístico a la ficción cinematográfica, no ha habido medio de expresión visual, adscrito a las bellas artes o a la cultura popular mexicanas del siglo XX, que no haya rendido tributo a la mitología luchística.
La presencia corpórea de los luchadores, a la vez notables atletas y grandes cultores del performance, ha tenido en las imágenes gráficas, fotográficas, fílmicas y videográficas, su correlato legendario. Al tiempo que se desarrolló como género de entretenimiento masivo, la lucha libre mexicana consiguió postular una estética bizarra y refinada. En las máscaras, diseños y caracterizaciones de los combatientes se combinan y recrean las más disímbolas tradiciones iconográficas. La historia del mundo, sus más sobados arquetipos y estereotipos, todas las encarnaciones posibles del bien y el mal, han pasado por los cuadriláteros mexicanos.
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