Granados
Las imágenes, primera y última, que tengo de Miguel Ángel Granados Chapa coinciden al mostrar a un hombre de lucha, íntegro y congruente con sus convicciones, de hablar mesurado y fina sonrisa, además de respetuoso y fraterno.
Mi primer recuerdo tiene como escenario un auditorio lleno, el de la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán —hoy Facultad de Estudios Superiores—, para recibir al periodista universitario que con disciplina, pulcritud y certeza enaltecía el oficio de periodista, y quien había sido uno de los fundadores de esa escuela y había impartido clases ahí mismo.
Ver y escuchar a quien fue expulsado de Excélsior el 8 de julio de 1976; a quien sacó a la luz pormenores del regalo recibido por el entonces presidente José López Portillo: un rancho de ochenta hectáreas, en la zona de Tenancingo (24 de agosto de 1981, unomásuno); a quien organizó una verdadera conmemoración de periodistas el 7 de junio de 1983 como integrante de la Unión de Periodistas Democráticos; a quien sólo conocíamos por su libro Excélsior, el periódico de la vida nacional y otros temas de comunicación y por su columna en La Jornada, era toda una oportunidad.
Durante su disertación un estudiante lo increpó; le imputaba que por sus inasistencias como docente él había abandonado la carrera de periodismo. Granados Chapa miró y escuchó con atención al joven envalentonado. Respondió de forma cortés: “Al igual que el asesino, que siempre regresa al lugar de los hechos, en esta ocasión, yo hago lo propio”, dijo y terminó su alocución, invitando al joven a reflexionar, respecto a que no podía imputarle a él su falta de tenacidad y constancia. Ésta fue la primera de muchas lecciones que recibí de don Miguel Ángel.
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