ESTIGMA DE LA VIOLENCIA: “DESASOSIEGO”
Por María José Martínez
«Estados Unidos es un país de migrantes,” menciona la fotógrafa Donna DeCesare. Para ella, el asunto de los migrantes salvadoreños, el prejuicio que los rodea, y la violencia que circunda en las comunidades de migrantes centroamericanos en EEUU no son caso aislados: la violencia tiene raíz.
“Podría parecer que no existe una alternativa más allá de la violencia, pero la realidad es que ésta sólo empeora todo y se reproduce en mayor escala. Después de los conflictos en Centroamérica durante la década de los años ochenta, un legado de daño psicosocial permeó en muchos habitantes; fue producto de la injusticia que segregaba a la sociedad”, añade.
Más allá del tema de la violencia, DeCesare se interesa por el estilo de vida de los salvadoreños en Estados Unidos una vez que llegaron como “refugiados” en el período de posguerra.
«Unsettled/ Desasosiego: “Los niños en un mundo de las pandillas” es el libro bilingüe de la fotoperiodista, en el que, por medio de textos y fotografías, reconstruye la realidad dolorosa, violenta y en extremo humana de los niños migrantes centroamericanos, sus familias, el entorno en su país de origen y el estilo de vida que ahora llevan en las comunidades de migrantes en Estados Unidos.
Conoció a «Abelito» en 1987, cuando estaba investigando el proceso de repatriación de los refugiados en Mesa Grande, Honduras y en Chalatenango, El Salvador, lugar de retaguardia del insurgente Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.
Su madre había muerto por manos del ejército salvadoreño cuando él apenas era un bebé; su padre decidió unirse a las fuerzas insurgentes porque, como la mayoría de los salvadoreños que se unían a las fuerzas, querían justicia para sus seres queridos. Unos vecinos de la comunidad se hicieron cargo de “Abelito” y posteriormente se fueron a vivir en calidad de refugiados a Honduras.
Donna fotografió la imagen en donde “Abelito” aparece sosteniendo los restos de un fragmento de mortero que encontró mientras buscaba a su padre: “Es una imagen conmovedora porque la expresión en su rostro sintetiza esa búsqueda, pues quería ver a su padre y lo único que encontró fue ese pedazo de mortero”. “Los niños nunca olvidarán ese trauma”, agrega.
“Ella es Esperanza de tres años y medio de edad. La fotografía la tomé cuando fui a la casa de un joven salvadoreño indocumentado que aquel entonces residía en el vecindario de Watts en Los Ángeles, California, precisamente ese día era su cumpleaños número dieciséis. Nunca había celebrado con un pastel de cumpleaños. Lo conocí en la mañana en un centro de rehabilitación, él estaba postrado en su silla de ruedas, secuela de una herida de bala. Era integrante de una pandilla. Le pregunté ‘¿Qué vas a hacer después? Seguro vas a celebrar con un pastel de cumpleaños’, así me enteré de que jamás había comido uno. Así que le pregunté si podía pasar a visitarlo en la tarde. Me sentí terrible después de conocer su historia así que compré un pastel y fui a su casa”, relata.
Dice que puso el pastel en el refrigerador y comenzó a hablar con la madre del joven cumpleañero, quien había salido de El Salvador en calidad de refugiada, hasta que miró de reojo a la habitación contigua, en donde vio a una niña saltando sobre la cama, y también sobre ésta, una pistola.
“Los brincos provocaron que el arma se acercara más a ella. En la habitación había una paloma que no podía volar muy bien porque tenía heridas en las patas. De pronto, la capturó y la sostuvo cerca de su pecho… fue entonces cuando supe que ante mí se había presentado una imagen muy poderosa; una síntesis de los estragos de la violencia en los niños migrantes: por un lado el símbolo de la esperanza y la paz, y por el otro un referente de la violencia, del que es difícil escapar porque es una realidad de la que es complicado liberarse”.
“Entendí que para un fotógrafo es necesario identificar esos momentos en donde es mejor apartar la cámara y aquellos cuando uno debe fotografiar”, dice. Intercambió algunas historias personales con él, porque ser fotógrafo implica, en sus palabras, documentar y ser testigo de esas realidades. “Uno debe ser capaz de reconfortar cuando es requerido”, finaliza.
“El caso de Estados Unidos tiene que ver con la percepción, es el prejuicio que se tiene sobre una persona. La policía mira a un joven afroamericano y ve en él una amenaza, contrario a mirarlo como un individuo, o un ser humano. Miran a un niño de 12 años con una pistola de juguete en la mano y lo ven como un peligro. Quizá si hubiera sido un niño caucásico lo hubieran tratado diferente… sucede algo parecido con los salvadoreños y los integrantes de pandillas, hay un estigma sólo porque son pandilleros”.
Para más información del libro “Children in a World of Gangs”/ Los niños en un mundo de las pandillas escribe un correo a donna.decesare@austin.utexas.edu
Publicado por la imprenta de la Universidad de Texas en Austin. http://utpress.utexas.edu/
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