Entre los medios y los fines ¿A quiénes sirven las imágenes de violencia en México?

Luis Felipe Estrada Carreón
 
 
 
 

©Nacho Ruiz/cuartoscuro.com
 

Max Horkheimer, en su célebre Crítica de la razón instrumental, señala como un problema de la racionalidad moderna la confusión entre los medios y los fines. Este planteamiento resulta pertinente a la hora de evaluar la utilidad de las imágenes de violencia, ya que éstas en realidad son medios, no finalidades, y la discusión en torno a su existencia, su utilidad o su posible censura responde precisamente a las conveniencias de los distintos interesados en su exhibición u ocultamiento.
En primera instancia, podemos asumir que la utilidad y los propósitos de las imágenes de la violencia están íntimamente relacionadas con aquéllos que las producen y con los que las administran, promueven y exhiben. Es decir, en el contexto actual de nuestro país, las finalidades de este tipo de imágenes están vinculadas con el gobierno, el crimen organizado y los medios de comunicación.

Violencia y poder
Walter Benjamin, en Para una crítica de la violencia y otros ensayos, señala que la crítica a la violencia debe hacerse en relación con el derecho y la justicia. La violencia, por tanto, puede juzgarse en cada caso como un medio que puede emplearse para alcanzar fines justos o injustos.
El mismo Benjamin indica que ningún orden jurídico podría desarrollarse sin violencia, ya que cualquier relación o contrato jurídico conlleva, implícitamente, la posibilidad de aplicación de un tipo de ésta. Por tanto, para el Estado es importante no sólo el ejercicio de la violencia, sino también su manifestación. La exhibición de ésta y el temor que infunde constituye un elemento central en el control social y en el mantenimiento del estado de Derecho. Desde este punto de vista, la violencia es un instrumento del poder del Estado, o mejor dicho, una herramienta de poder en general, ya que en el campo político y jurídico, la violencia cumple con dos funciones: perpetuar el orden legal o instaurar un nuevo orden. Esta ambivalencia en el uso de la violencia es central para comprender la situación que vivimos en México actualmente.
Lo que observamos en la llamada “guerra contra el narcotráfico” es el enfrentamiento entre dos poderes que despliegan el uso de la violencia: un poder que pretende preservar el orden imperante y otro que procura instaurar un nuevo orden fundamentado en la fuerza fática adquirida por la delincuencia organizada. La del Estado es una violencia legítima en tanto que se enmarca en el orden jurídico establecido, la del narcotráfico es una violencia subversiva. El narcotráfico exhibe su poder mediante la violencia (ejecuciones, mutilaciones, ajustes de cuentas y magnicidios), en tanto que el gobierno hace lo propio mostrando capturas, operativos y acciones militares. La eficacia de los procedimientos depende en gran medida de la percepción y el impacto que logran crear en todos nosotros como víctimas y espectadores de dichos enfrentamientos, y en estos efectos las imágenes de violencia desempeñan un papel central. Su exhibición, dependiendo de la forma en que ocurra, legitima o promueve cualquiera de las dos causas en conflicto. La guerra contra el narcotráfico es también una batalla que se libra simbólicamente en imágenes.
El poder de las imágenes
La importancia de las imágenes en general, y de las de violencia en particular, radica en que, como lo señala David Freedberg, tienen un poder: las imágenes operan en el ánimo, las emociones y las actitudes del espectador, de ahí su utilidad en los campos propagandísticos, publicitarios, periodísticos o artísticos.
Las imágenes entonces influyen en las actitudes y acciones de la ciudadanía, la cual evalúa las situaciones y los poderes en pugna en función de su percepción de los hechos.
Sin embargo, la percepción ciudadana está filtrada por los medios de comunicación, y la realidad representada por estas imágenes de violencia está recortada, manipulada por los encuadres, enfoques, tomas y, en el caso de los medios audiovisuales, por la edición y la musicalización, lo que produce la construcción de una subjetividad en la mirada, ya que gracias a los distintos elementos técnicos podemos percibir imágenes imposibles para la vista natural. Las lentes destacan, excluyen, limitan o yuxtaponen, y con ello nos ofrecen otros modos de ver.
Esta manipulación técnica de la imagen, determinada en gran medida por los alcances y limitaciones de cada medio, provoca que se obtenga una espectacularización de la realidad, lo que a su vez genera una complicación para distinguir lo que es real de la fantasía —célebre es el caso de la transmisión por televisión del atentado a las torres gemelas, que fue interpretada por muchos televidentes “como de película”… la realidad imita la ficción—, a este fenómeno algunos teóricos lo denominan como hiperrealidad. Con lo expuesto, no debe extrañarnos que las imágenes de violencia sean un negocio lucrativo para los medios de comunicación. Estas imágenes venden, no importa que sean ficticias o referidas a hechos reales, las formas de representación son las mismas y las emociones que generan también.
La explotación comercial de estas imágenes de violencia tiene otro efecto ampliamente estudiado en el campo de la comunicación: la sensación de vivir en un mundo cada vez más peligroso e inseguro. La seguridad es una preocupación muy grande en la ciudadanía, por lo que las imágenes de violencia y sus relatos son también una herramienta de poder político para los medios de comunicación, ya que su exhibición o dosificación repercute negativa o positivamente en la percepción que se tiene del control y la paz social que debe garantizar el Estado, así como del poder y efectividad de las fuerzas que se le oponen; por lo que estas imágenes de violencia son instrumentos de negociación entre los medios y el gobierno. Los medios de comunicación ganan comercialmente por exhibir imágenes de violencia porque resultan muy atractivas para el consumo popular y nutren las necesidades emotivas de una gran parte de la población, pero ganan también al negociar con el gobierno su dosificación porque pueden obtener prebendas.
Desde este punto de vista, discutir la censura de las imágenes de violencia por sus funciones o sus valores intrínsecos es incurrir en la confusión de la que hablaba Horkheimer: la de los medios y de los fines. Las imágenes de violencia, como la violencia misma, definen su legitimidad a partir de la persecución de fines justos e injustos. En este caso, los fines que se persiguen son económicos, políticos y de control social, y afectan los intereses de unos grupos que se disputan el poder y lo exhiben a la ciudadanía. La posible censura de este tipo de imágenes no obedece a aspectos morales ni a la protección de la sensibilidad de la ciudadanía; es una estrategia en la lucha simbólica por el poder que se sustenta en la representación de la violencia. La manifestación de la violencia podría ser útil para el Estado, inclusive el incremento en la percepción de inseguridad puede promover acciones más represivas por parte del gobierno, en aras de la seguridad nacional, siempre y cuando la percepción lograda reforzara la sensación de dominio y control. Si el Estado pretende ocultarlas, algo nos indica sobre quién va perdiendo en esta lucha real y simbólica por el poder.
luises05@yahoo.com.mx


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Un comentario

  1. Me parece un análisis muy interesante que recoge lo planteado por un pensador como Walter Benjamin que hace más de setenta años pronosticó que la reproductibidad técnica jugaría un papel fundamental en los desarrollos políticos cómo está sucediendo en estos días en Medio Oriente (Internet, Twiter, celulares, etc..) y en nuestro país, tal y cómo lo describe Luis Felipe Estrada en su ensayo sobre la forma de representar la violencia por medio de imágenes transmitidas en los medios. Me parece muy sugerente la manera en la que diagnóstica el estado de las cosas a partir de control de las imágenenes.

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