EL MURALISTA DE LA LENTE

Por Carolina Romero
[slideshow_deploy id=’52220′] Han pasado casi 80 años desde que Leo Matiz llegó a México, con sus materiales de pintura y una cámara en la valija, sin imaginarse que su trabajo en el país generaría aportaciones en la fotografía latinoamericana de la época y en la pintura mural mexicana.
A partir de su desempeño como fotorreportero, dibujante, pintor, caricaturista, publicista y galerista, Matiz conformó un lenguaje pictórico y estético propio, el cual dejó plasmado en cada una de sus instantáneas.
El primer contacto de Matiz con la fotografía se dio en 1936, tras su paso por la Escuela de Bellas Artes en Bogotá y los consejos del periodista Enrique Santos Montejo, quien lo animó a realizar sus primeras composiciones fotográficas, señaló su biógrafo, Miguel Ángel Flórez Góngora.
Cuando Matiz decidió viajar a México, él no se sentía fotógrafo, se sentía pintor y dibujante.
«Gracias a México, Leo Matiz logró ser el Leo Matiz que era, porque él llegó aquí con la idea de estudiar pintura, nunca fotografía”, expresó su hija, Alejandra Matiz.
México le abrió un mundo maravilloso de arqueología, de las razas y la luz especial, una luz maravillosa que enloquecía a los fotógrafos de la época.
Durante más de ocho años de su permanencia en México, añadió Flórez Góngora, Matiz orientó su lente para captar el registro de un mundo que, a pesar de la fuerza devastadora del tiempo, representa una admirable e irrepetible visión del México de los años 40.
Por su trabajo en varias revistas, Matiz tuvo contacto con muralistas como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, con quienes entabló amistad.
Sin embargo, al trabajar con Siqueiros para la obra “Cuauhtémoc contra el mito”, surgió un problema que le costó su estancia en México, pues tras las amenazas del muralista, Matiz tuvo que huir del país.
“Mi papá se molestó mucho con Siqueiros porque él nunca le dio el crédito de unas fotos que hizo. Le entregó 500 fotos para sus murales y, al final, él hizo una pintura de caballete y no un mural como le había prometido. Así se crea este conflicto tan grande y mi papá tiene que dejar México durante 50 años”, explicó la hija del artista visual.
Cuando Matiz regresó a tierras mexicanas, ya era un adulto mayor, enfermo y sin un ojo. Sin embargo, su amor por el país y por la fotografía lo hicieron seguir retratando la vida en el campo, proceso que culminó con la publicación de un libro en el cual muestra cómo los campesinos no habían cambiado a pesar del tiempo que estuvo fuera.
Actualmente, Alejandra Matiz trabaja en la conservación del acervo de su padre en la Fundación Leo Matiz, con sede en México, pues así lo dispuso el fotógrafo colombiano. Su sueño, decía, era que sus fotografías se quedaran en el país para los mexicanos, para quienes habían sido creadas.
 
 

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