El día de los sepultados en Huehuetocan
Lolita Castelán
Un ejecutado en la Alfonso XIII. Pausa. Alarma de Radio. Un alud en Huehuetocan. Posiblemente ocho muertos. Más de dos muertitos ayudan a tomar la decisión. Durante la siguiente hora alarma de radio entrante y saliente. Hay que confirmar datos. La última frase al radio: “Vamos en k5, quedamos en 11” (para el no entendido en claves policíacas: vamos en chinga al lugar de los hechos y estamos pendientes).
Cinco de la tarde, tomamos Periférico. Las obras complican el flujo. Llegamos a Huehuetocan. Tomamos la carretera libre de Jorobas. Mala decisión.
Destino: San Miguel de los Jagueyes, unidad Urbi. Terracería. Hoyos. Arrieros con más de tres vacas pintas. Se jodió uno de los fusibles. El auto se quedó sin luces. La sed arrecia. Vemos pasar nieves artesanales, tienditas de abarrotes. Impensable parar. Hay que llegar antes de una hora y media para alcanzar los cuerpos. “Confirmaron al menos cuatro. O sea que los peritos van a tardar, podemos llegar”.
“Ya nos tocó bailar con la más fea”, avisa una colega por el radio. “No nos dan chance de trabajar. No dejan pasar”.
Ante el impedimento la filosofía: “Jalarse para el lugar. Lo importante es llegar, ya después verás cómo hacer la foto, primero hay que estar… Me gusta el Estado de México, ve como está la carretera, es el estado en el que más se evidencian los contrastes: las comunidades pueden estás bien jodidas, pero los políticos tienen lana a morir”, Saúl López (25 años), fotorreportero en activo de la Agencia Cuartoscuro. Fuente: Nota roja.
Mientras llegamos: “Tengo una serie de cerebros buenísima. Pero luego no las quieren, no las publican… Cuando empecé no trabajaba para un medio, me gustaba y acompañaba a los reporteros de la roja que me daban chance”.
Llegamos. Propiedad privada. Prohibido el paso. La mayoría de los reporteros de la fuente no han podido pasar a la unidad habitacional. Saúl y yo simulamos ser visitantes, cruzamos la caseta de vigilancia. Estamos dentro. Ya chingamos. Falsa expectativa. Desde ahora somos clandestinos. La zona está acordonada. La vigilancia no cesa. Vemos las ambulancias. La distancia es mucha. Saca el telefoto. Hace algunos tiros. Vemos salir una patrulla y una ambulancia. Los tenemos de frente. Tira nuevamente. La exposición a cierto peligro parece su terreno habitual. Lo evidencia cierta pericia para no achicarse. La patrulla viene hacia a nosotros. Él baja la cámara. La patrulla se sigue de largo. Respiro. Revisa los tiros. “Necesitamos los muertos”. Muy lejos para eso. Podemos brincar la barda, pero igual habría que acercarnos y hay demasiada vigilancia. Tal vez desde una azotea… Labor de convencimiento con los vecinos, que luego de la presentación nos ven como esperanza.
“La constructora quiere hacer 23 mil casas. Está trabajando en una nueva etapa. Hacen movimientos de tierra, nuestras casas se cuartean, y no quiere responsabilizarse. Hace un mes reiniciaron la obra. La habían parado por la huelga de los trabajadores a los que la constructora no les había pagado… Desde la mañana oímos que algo había pasado. Es que estos terrenos eran de pólvora… y no les importan los muertos, véalos, siguen trabajando”.
Baja de la azotea. “Sólo pude captar un camión del ejército, ya salieron las ambulancias”. Cojea. Un golpe al descender de la azotea abrió la herida en la rodilla hecha hace un par de días al caer de la motocicleta. “Así es esto”. Seguro se los llevaron al MP (Ministerio Público)
No hay fotos de muertos, mala jornada para un reportero de la roja. Cabizbajo por la aventura fallida: “Estás salada. No te tocó ver a muertos. Ni modo hay días que se puede trabajar y otros pues no. Igual no hubieras dormido. Yo si duermo. Igual te invito otro día para que veas sangre”. (Lolita Castelán)