EL BESO DE JUDAS. FOTOGRAFÍA Y VERDAD

Por David Polo
Si la fotografía no puede ser un testigo fiel de la realidad, un «espejo de la naturaleza», como se decía del daguerrotipo, significa, desde luego, que la herramienta creada por el hombre para documentar su entorno y retratar sus visiones le ha traicionado y miente. Más bien, es el fotógrafo quien miente a través de la cámara cuando pretende que lo que capta sea enteramente verdad.
En el mundo occidental, el fotógrafo acarrea consigo la pesada labor moral de ofrecer una verdad incuestionable a los espectadores, lo cual si se piensa bien es imposible, pues la representación visual -o creación-  siempre viene acompañada del imaginario de quien está captando una escena. Esta exigencia en realidad no es culpa del fotógrafo, sino más bien lo es de las implicaciones que provocó el hecho de que la cámara fotográfica, y por consiguiente la fotografía, apareciera junto a las doctrinas positivistas de finales del siglo XIX, que buscaban la máxima objetividad en todos los ámbitos del quehacer humano. En este contexto, la fotografía nace condenada a acompañar al ser humano en la exploración del mundo exterior como instrumento de verdad, oferente de hechos concretos sin la intervención, por lo menos en apariencia, de cualquier subjetividad. De ahí la función social que la fotografía desempeñará todo el siglo que sigue a su invención.
En El beso de Judas. Fotografía y verdad, Joan Fontcuberta, fotógrafo y teórico catalán, cuestiona los paradigmas que rodean a la fotografía en la actualidad, en una interesante compilación de ensayos sobre las corrientes y exponentes de la técnica, desde su orígen hasta la producción contemporánea, abordando las opiniones y posturas que han construido la concepción actual de la fotografía.
Joan Fontcuberta. Fotografía y Verdad. Editorial Gustavo Gili, 2015.
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