DE ANTIGUOS RITUALES, MESTIZA
Texto y fotos por Citlali Fabián
Más allá del color de mi piel, mestiza es mi sangre,
Mi forma de pensar, la forma en que miro y me miran…
La condición que otros señalaron en mí, y que hoy tomo por mía.
La primera vez que me vi retratada en una placa de colodión húmedo, sin duda quedé alucinada. Aquel pedazo de vidrio me devolvía una imagen que, si bien sabía que era mía, a la vez me resultaba ajena, diferente, evocativa a otro tiempo o a otra vida; era mi reflejo, pero no sólo eso, era también el cúmulo de preguntas, de sorpresa e inquietudes que un antiguo ritual fotográfico abría para mí. No entendía cómo la misma imagen era tan mía y no al mismo tiempo.
Mi rostro moreno, oscurecido aún más por las cualidades mismas del proceso, irradiaba un aura que me atrapaba, que me estremecía pero que, a la vez, me invitaba a explorar, a retratar más. Sin darme cuenta quedé atrapada, no sólo de la belleza del proceso, sino —para mí lo más importante—, enganchada a la experiencia del acto fotográfico, ese del que somos parte al observar y ser observados, al tomarnos el tiempo de posar frente a la cámara: uno, dos, cuatro, ocho, dieciséis segundos, en los que nuestra figura es absorta por los haluros de plata.
Un espacio para empoderarnos, para ser cómplices y creadoras de nuestra imagen. Un tiempo en el que incluso respiramos despacio para “salir” lo más nítidamente posible. Así nació Mestiza, bajo la invitación de crear una imagen en colectivo, de sentarnos frente a frente a platicar, a sorprendernos de la imagen que una placa argéntica nos mostraba con aparente dureza. Firmeza, le llamó una amiga. Creo que esa experiencia nos brindó la oportunidad de responder con un gesto para abrazar nuestra figura, nuestra raíz y género, para alzar nuestra mirada y mostrarnos lo mismo divinas que frágiles en la complejidad de nuestro ser, en un gesto de resistencia que nos permitió voltear la mirada hacia una parte de nuestra identidad.
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