Antoine D'Agata: el exceso como método
Por Carolina Romero
Para Antoine D’Agata, demasiado nunca es suficiente. Por años, el fotógrafo francés ha perseguido la ambición de empujar su vida a la altura de la ficción para convertirse en el autor y personaje principal de una historia que ha documentado gracias a las crudas imágenes de sus adicciones, encuentros sexuales, excesos y violencia.
A pesar de todo, la fotografía nunca estará al nivel de su vida…
A los 15 años, vivió una ruptura ideológica que lo marcó para siempre, cuando cambió su visión religiosa del mundo y sus deseos de ser monje por los preceptos del anarquismo. Sin embargo, conservó una misma voluntad: la de vivir la miseria desde el interior del mundo.
En las calles de Marsella, Francia, conoció las drogas y experimentó la particular violencia de crecer sin hogar adoctrinado por el movimiento punk y los principios políticos de vivir todo en carne propia.
Una vez fotógrafo, buscó recrear las escenas de las cuales había formado parte: los acostones con prostitutas, las inyecciones y el consumo exacerbado de estupefacientes y el contacto con una realidad marcada por la agresividad, el dolor y el miedo.
Inspirado en la libertad que brindan la literatura y el cine, Antoine decidió hacer con su vida lo que cualquier escritor hace con sus personajes. Así, creó a “A”, una versión de sí mismo al cual ha obligado constantemente a ir a donde él teme, a experimentar situaciones extremas para hacer de su vida algo más interesante al convertir el exceso en su método.
“Siempre usé la fotografía como un medio para empujar más allá las experiencias de vida. Durante mis primeros años como fotógrafo, me di cuenta de que la fotografía me permitía vivir más allá. Con los años, desarrollé técnicas que, usando la ficción y la literatura, podía traducir en imágenes. La fotografía me permitió empujar mi vida a la altura de la ficción”, comenta el fotógrafo.
Al principio, construía lazos de confianza con las personas que co-protagonizaban sus imágenes. De repente, estaba drogado y casi inconsciente fotografiando sus encuentros con prostitutas en algún cuarto. Luego le dio su cámara a alguien más. Quiso estar en foco. Puso el tripié en alguna parte o colocó la cámara en un lugar fijo.
Hoy en día, esa relación se ha convertido en la brutal conexión de las drogas. “Las compartimos y sabemos que podemos aguantar lo mismo, y con eso construimos la confianza. No es un método que se enseñe en las escuelas de fotografía, pero para mí es válido. Creo que los fotógrafos no somos seres superiores, creo que debemos pagar el precio, y lo hacemos con sudor, pasión, miedo y vida”, añade.
Su experiencia con México comenzó mucho antes de la fotografía, pues ha sido para él un campo de juego, de batalla, una nación con la cual ha llevado una relación casi mágica.
Inmediatamente de que terminó sus estudios en Nueva York, viajó a territorio nacional, donde comenzó a hacer fotos dentro de la ruta de la violencia.
Las imágenes de sus recorridos por el país se encuentran reunidas en “Codex”, fotolibro editado por RM, el cual nunca fue pensado como un proyecto ni antología anecdótica, pues el libro es una renuncia, es una manera de enunciar la locura de un mundo y la condición de fragilidad e hipersensibilidad de un fotógrafo que no pudo hacer más por captar las imágenes que esperaba.
“Mis estrategias son muy dañinas en todo sentido, la adicción a las drogas y las situaciones de riesgo, y hoy soy una acumulación de fragilidades. Hago lo que puedo como puedo. Especialmente, la experiencia que tuve en México me dañó más que otras ocasiones en las que he terminado en el hospital. Aquí hubo daño fisiológico, moral y psicológico. Lo que vi, viví y sentí aquí de verdad me dañó”.
“Creo que mi esfuerzo fotográfico es único, y es una perspectiva única que tengo para entender el mundo y tener una posición ante él. Lo que hago no lo hago porque soy fotógrafo, sino porque me siento responsable del mundo donde vivo. Es mi deber entenderlo y actuar”.
Para Antoine, la violencia del mundo se vive desde dentro, a través del cuerpo, y gracias a la fotografía ha podido encarnar esas ideas. El fotógrafo no considera su oficio como una manera de mirar el mundo, sino de vivir en el mundo.
«Codex. México 1986 – 2016» se presenta en el Centro de la Imagen hasta el 18 de marzo.
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Muy buen artículo de una obra radical e interesantísima.