EL OJO DE GRACIELA ITURBIDE
Por David Polo
Sería muy fácil pensar que las fotos que Graciela Iturbide presenta en Mi ojo, su más reciente fotolibro, son completamente anodinas e inentendibles. Para empezar, las fotografías impresas en tinta plata sobre cartulina negra como negativos, son complicadas de interpretar y luego del esfuerzo por saber lo que se oculta entre las luces y sombras todo pareciera trivial.
¿Qué demonios se supone que debemos ver desde el ojo de la fotógrafa? Hay ahí una foto de tres niños ocultos bajo las cortinas de un ventanal, uno lleva una pistola seguramente de juguete. Otra de las tomas es un bote de Demerol y dos recipientes; hay otra más donde un grupo de ratas bebe desde el borde de un plato suficiente para toda una colonia de roedores y está también la de una colmena de abejas.
Lo que este libro “misterioso” contiene es una llamada de atención, un regreso a lo más elemental de una existencia moldeada a partir de la visión. En la introducción de su célebre Modos de ver, John Berger hace una acotación que a menudo pasa desapercibida: miramos antes de aprender a hablar, incluso antes de que quedemos condicionados por el significado que cobra con el tiempo aquello que miramos. Nos olvidamos que existir, irremediablemente, se compone de una hilación infinita de momentos por demás triviales y contingentes hasta la hora de la muerte.
Las fotografías de Graciela Iturbide provienen del impulso natural de quien mira. Interesante dato: ella retrata a las cosas que la miran, es el objeto de sus propias composiciones. Mi ojo es una extensión inmediata y cierta de la experiencia de vivir. Esas imágenes contingentes —a veces sórdidas, a veces inquietantes—, son una especie de lado-b de la experiencia ignorado por la urgente voracidad consumidora de productos gráficos, convenientemente colocados en todas partes.
Para poder comprender de qué se trata hay que ver con detenimiento y aguzar esa entidad vítrea, aletargada por el bombardeo incesante de destellos ideales y cómodos para el mercado y el consumo, redescubrir que poseemos un ojo-mirar, que estamos vivos, y todo cobrará sentido.
Mi ojo puede ser tomado como una invitación para atreverse a mirar por uno mismo, con cuidado, los acontecimientos de la propia existencia.
El libro, editado en formato pequeño y tiraje limitado por RM, viene con una réplica impresa del ojo de la fotógrafa ¿un recordatorio?
Se presentará este jueves 9 de febrero a las 19:00 horas en el Centro de la Imagen, ubicado en Plaza de la Ciudadela 2, Centro Histórico, Ciudad de México.
Sería muy fácil pensar que las fotos que Graciela Iturbide presenta en Mi ojo, su más reciente fotolibro, son completamente anodinas e inentendibles. Para empezar, las fotografías impresas en tinta plata sobre cartulina negra como negativos, son complicadas de interpretar y luego del esfuerzo por saber lo que se oculta entre las luces y sombras todo pareciera trivial.
¿Qué demonios se supone que debemos ver desde el ojo de la fotógrafa? Hay ahí una foto de tres niños ocultos bajo las cortinas de un ventanal, uno lleva una pistola seguramente de juguete. Otra de las tomas es un bote de Demerol y dos recipientes; hay otra más donde un grupo de ratas bebe desde el borde de un plato suficiente para toda una colonia de roedores y está también la de una colmena de abejas.
Lo que este libro “misterioso” contiene es una llamada de atención, un regreso a lo más elemental de una existencia moldeada a partir de la visión. En la introducción de su célebre Modos de ver, John Berger hace una acotación que a menudo pasa desapercibida: miramos antes de aprender a hablar, incluso antes de que quedemos condicionados por el significado que cobra con el tiempo aquello que miramos. Nos olvidamos que existir, irremediablemente, se compone de una hilación infinita de momentos por demás triviales y contingentes hasta la hora de la muerte.
Las fotografías de Graciela Iturbide provienen del impulso natural de quien mira. Interesante dato: ella retrata a las cosas que la miran, es el objeto de sus propias composiciones. Mi ojo es una extensión inmediata y cierta de la experiencia de vivir. Esas imágenes contingentes —a veces sórdidas, a veces inquietantes—, son una especie de lado-b de la experiencia ignorado por la urgente voracidad consumidora de productos gráficos, convenientemente colocados en todas partes.
Para poder comprender de qué se trata hay que ver con detenimiento y aguzar esa entidad vítrea, aletargada por el bombardeo incesante de destellos ideales y cómodos para el mercado y el consumo, redescubrir que poseemos un ojo-mirar, que estamos vivos, y todo cobrará sentido.
Mi ojo puede ser tomado como una invitación para atreverse a mirar por uno mismo, con cuidado, los acontecimientos de la propia existencia.
El libro, editado en formato pequeño y tiraje limitado por RM, viene con una réplica impresa del ojo de la fotógrafa ¿un recordatorio?
Se presentará este jueves 9 de febrero a las 19:00 horas en el Centro de la Imagen, ubicado en Plaza de la Ciudadela 2, Centro Histórico, Ciudad de México.