LA VIDA DE LOS EJUTECOS

Mientras realizaba un trabajo para diseñar la portada de un libro de poesía oaxaqueña del siglo XIX, Marisa Pertierra Altamirano decidió buscar imágenes para «ilustrar» cómo era la burguesía pueblerina en ese tiempo.
Viendo hacia su tierra natal, Ejutla de Crespo, una pequeña ciudad en los Valles Centrales de Oaxaca, comenzó a observar las fotografías que le prestaban los habitantes… y descubrió un mundo que no le era tan ajeno.
«…esas imágenes y escenas contestaban a muchas de las interrogantes que me había planteado desde la infancia, cuando caminaba por el pueblo, me identificaba y relacionaba con sus calles, casas, barrios y personas: las que vivían o aquellos cuyos nombres están grabados en las lápidas de los sepulcros del panteón municipal», dice Marisa en el prólogo de su libro «Crónica visual de Ejutla de Crespo», presentado apenas el viernes pasado en el Centro Cultural San Pablo de la capital oaxaqueña.

Y lo que iniciara como una curiosidad, se convirtió en una pasión. Una pasión que tras seis años de investigación se ha convertido en una memoria gráfica de los sucesos históricos, la transformación urbana y la vida cotidiana de los habitantes.
Notables son las tomas del Palacio Municipal, con sus niños asistentes a la escuela municipal, en casi el mismo espacio que ocupaban el cabildo y sus funcionarios, el jardín antes de la colocación del monumento a Manuel Sabino Crespo en el más puro art decó, la plaza con y sin kiosco, los portales, las plazuelas, los mercados, las vistas desde lo alto o esa toma de los reclusos en la cárcel.

Sigue luego una buena parte de sus calles, los desfiles que en ellas se realizaban y las haciendas; luego un capítulo dedicado al ferrocarril, gracias al cual Ejutla quedó comunicada durante el Porfiriato, lo que la convirtió en paso obligado en la ruta entre Oaxaca y Miahuatlán, Sola de Vega, las haciendas y las fincas cafetaleras, así como permitiéndole ejercer un papel en el desarrollo de la agricultura y la minería.
Muy interesantes son las fotos de la construcción del camino ferroviario, de 1899, así como la que consagra la visita del periodista James Creelman en 1909, y la de los novios en uno de los vagones. Buen contraste con los primeros automóviles y los transportes públicos.

Además de las fiestas, sin duda uno de los capítulos más interesantes es el de la vida cotidiana de los ejutecos, los retratos de quienes iban al estudio, los que posan serios en la tienda de abarrotes, o los elegantes fuera del hotel Maison Doreé, las kermesses, los paseos junto al río, los participantes de las obras de teatro y las increíbles fotos de los cuerudos. Y al final, crédito a quienes crédito deben tener en estas investigaciones: los fotógrafos ejutecos.
Independientemente de si se conoce Ejutla o la misma Oaxaca, este libro editado por la Secretaría de las Culturas y las Artes de Oaxaca en colaboración con Conaculta, es una obra que vale la pena leer y, sobre todo, ver , pues es el testimonio de la historia de un pueblo que se transforma, una historia que conocemos gracias -en gran parte- a la fotografía.
(Ana Luisa Anza)